HAY QUE ACABAR CON LA ENERGIA NUCLEAR


La energía nuclear sigue estando en primera plana de las noticias. El gravísimo accidente de Fukushima es el detonante de ello. Antes de Fukushima ya había habido otros accidentes nucleares, los más importantes en la historia fueron la de Chernobyl en Ucrania en 1986 (de categoría 7) y la fusión de un reactor en la central de Three Mile Island en el año 1979. Pero Fukushima ha descubierto al mundo que si falta electricidad por cualquier causa, o falla el sistema de refrigeración en cualquier central nuclear, y durante los próximos tres mil años, esa central se convierte en una bomba atómica. Incluso el combustible ya utilizado necesita permanentemente estar refrigerándose, de lo contrario la fusión se pone en marcha con el consiguiente escape de radioactividad a la atmósfera, aguas subterráneas, etc.  Pese a lo ocurrido esta grave accidente que está lejos de ser controlado aún ha sido catalogado de categoría 6, siendo esta escala de 7 niveles.
También ha demostrado este accidente que los gobiernos y los medios de comunicación mienten respecto al peligro de este tipo de energía. Tres meses después de la catástrofe reconoce el Gobierno nipón que la radiación liberada al exterior la primera semana fue de 770.000 terabecquerelios, el doble de lo que reconocieron entonces; y también que los núcleos de los reactores 1,2 y 3 se fundieron por completo mucho antes de lo anunciado. Por último, el referéndum de Italia viene a demostrar que es muy mayoritaria la oposición a este tipo de energía tan peligrosa entre la población. En España el 80% está en contra pero quienes nos gobiernan, las eléctricas y los medios de comunicación dan una imagen falsa del tema, como en todo lo importante.
Hoy vamos a hablar de un aspecto más humano, que viene a demostrar la catadura moral de quienes dirigen este tipo de energía que al fin y a la postre son los mismos neoliberales que dirigen el capitalismo global.


 

LOS ESCLAVOS NUCLEARES
El principal afectado de las centrales nucleares es la población, no las empresas, ni TEPCO, ni Endesa, ni Iberdrola. Son miles las personas que han perdido lo mucho o poco que tenían. Como siempre, las grandes empresas destruyen y construyen a su antojo, sin importarle la destrucción que van dejando tras de sí (por ejemplo, la deforestación de la selva del amazonas), ni las repercusiones que puedan ocasionar estas acciones en la vida en el planeta a medio y largo plazo..
“Los esclavos nucleares constituyen uno de los secretos mejor guardados de Japón. Muy poca gente conoce una práctica en la que están implicadas algunas de las mayores empresas del país y la temida mafia de los yakuza, que se encarga de buscar, seleccionar y contratar a los vagabundos para las compañías eléctricas. Según un informe publicado en el diario El Mundo, «Las mafias hacen de intermediarias. Las empresas pagan 30.000 yenes (215 euros) por un día de trabajo, pero el contratado sólo recibe 20.000 (142 euros). Los yakuza se quedan la diferencia», explica Kenji Higuchi, un periodista japonés que lleva 30 años investigando y documentando el drama de los mendigos de Japón.
Higuchi y el profesor Fujita recorren cada semana los lugares frecuentados por los vagabundos para prevenirles de los riesgos que corren y apremiarles para que lleven sus casos ante la Justicia. Higuchi con su cámara y Fujita con el estudio de los efectos de la radiactividad han desafiado al Gobierno japonés, a las multinacionales energéticas y a las redes de reclutamiento en un intento de frenar un abuso que empezó en silencio en los años 70 y que se ha extendido hasta hacer a las centrales nucleares completamente dependientes de la contratación de indigentes para llevar a cabo sus operaciones.«Japón es el lugar de la modernidad y el sol naciente, pero el mundo debe saber que también es un infierno para esta gente», dice Higuchi.
Japón protagonizó una de las transformaciones más espectaculares del siglo XX al pasar de ser un país en ruinas tras la II Guerra Mundial a ser la sociedad tecnológicamente más avanzada del mundo. El cambio ha traído una demanda de electricidad que ha convertido a la nación japonesa en una de las más dependientes de la energía nuclear del mundo.
Más de 70.000 personas trabajan constantemente en las 17 centrales y 52 reactores repartidos por todo el país. Aunque las nucleares tienen a sus propios empleados para los puestos más técnicos, más del 80% de las plantillas está formado por trabajadores sin preparación, contratados de forma temporal entre las capas más desfavorecidas de la sociedad. Los mendigos son reservados para los cometidos más arriesgados, desde la limpieza de reactores a la descontaminación cuando se producen fugas, o los trabajos de reparación allí donde un ingeniero nunca se atrevería a acercarse.
Nubuyuki Shimahashi fue utilizado para algunas de esas tareas durante cerca de ocho años antes de morir, en 1994. El joven procedía de una familia pobre de Osaka, había terminado el instituto y se encontraba en la calle cuando le ofrecieron un puesto en la central nuclear de Hamaoka Shizuoka, la segunda mayor del país. «Durante años estuve cegada, no sabía dónde estaba trabajando mi hijo. Ahora sé que su muerte fue un asesinato», se lamenta Michico, su madre.
Los Shimahashi han sido la primera familia en ganar en los tribunales un largo proceso que hace responsable a la central del cáncer de sangre y de huesos que consumió a Nubuyuki, le postró en la cama durante dos años y terminó con su vida entre dolores insoportables. Murió con 29 años.
El descubrimiento de los primeros abusos en la industria nuclear no ha paralizado el reclutamiento de pobres. Cada poco tiempo, hombres que nadie sabe a quién representan recorren los parques de Tokio, Yokohama y otras ciudades con ofertas de empleo en las que se engaña a los vagabundos, ocultándoles los riesgos que corren. Las centrales necesitan al menos 5.000 trabajadores temporales cada año y el profesor Fujita cree que al menos la mitad de ellos son mendigos.
Hubo una vez, no hace tanto tiempo, que los indigentes eran una rareza en las calles japonesas. Hoy es difícil no encontrárselos; las centrales nucleares cuentan con mano de obra de sobra. Japón lleva 12 años sumido en un declive económico que ha enviado a miles de asalariados a la calle y ha puesto en entredicho su modelo de milagro económico, el mismo que ha situado al país entre los tres más ricos del mundo en renta per cápita. Muchos parados no soportan la humillación de no poder mantener a sus familias y forman parte de ese ejército de 30.000 personas que cada año se quitan la vida. Otros se convierten en vagabundos, deambulando por los parques y perdiendo el contacto con un círculo social que les rechaza.


LOS «GITANOS NUCLEARES»
Los mendigos que aceptan trabajar en las centrales nucleares se convierten en lo que se conoce como Genpatsu Gypsies (gitanos nucleares). El nombre hace referencia a la vida nómada que les lleva de central en central en busca de trabajos hasta que caen enfermos y, en los casos más graves, mueren en el abandono. «La contratación de pobres sólo es posible con la connivencia del Gobierno», se queja Kenji Higuchi, ganador de varios premios de Derechos Humanos.
Las autoridades japonesas han fijado en 50 mSv (milisievert) la cantidad de radiactividad que una persona puede recibir en un año, muy por encima de los 100 mSv en cinco años que manejan la mayoría de los países. En teoría, las empresas que gestionan las centrales nucleares contratan a los vagabundos hasta que han recibido la radiación máxima y después los despiden por el «bien de su salud», enviándolos de nuevo a la calle. La realidad es que esos mismos peones vuelven a ser contratados días o meses después bajo nombres falsos. Sólo así se explica que muchos empleados hayan sido expuestos durante casi una década a dosis de radiactividad cientos de veces mayores de las permitidas.
Nagao Mitsuaki todavía guarda la fotografía que le hicieron en una jornada más en su puesto de trabajo. En ella se le puede ver vestido con uno de los trajes de protección que no siempre llevaba, minutos antes de iniciar una de las operaciones de descontaminación de la planta de Tahastuse, en la que trabajó durante cinco años, antes de caer enfermo. Ahora, con 78 años y tras haber pasado los últimos cinco tratando de superar un cáncer de huesos, la enfermedad más común entre los Genpatsu Gypsies, Nagao ha decidido demandar a las empresas que gestionaban la central y al Gobierno japonés. Lo curioso es que él no era uno de los vagabundos contratados, sino el hombre que los mandaba como capataz. «Venían pensando que detrás de un trabajo en el que hay grandes empresas no podía suceder nada malo. Pero estas compañías utilizan su prestigio para engañar a la gente, reclutarla para trabajos muy peligrosos en los que las personas son envenenadas», se queja amargamente Nagao, que tiene paralizada la mitad de su cuerpo tras haber sido expuesto a dosis de radiación superiores a las permitidas.


HIROSHIMA Y NAGASAKI
Las compañías subcontratan a los mendigos a través de otras empresas, dentro de un sistema que les descarga de la responsabilidad de realizar un seguimiento de los trabajadores, su origen o su salud. La mayor contradicción de lo que está sucediendo en Japón es que los abusos se producen sin apenas protestas en la sociedad del mundo que mejor conoce las consecuencias de la utilización errónea de la energía nuclear. Tomando como base los efectos de aquellas detonaciones atómicas y la radiactividad que reciben los mendigos nucleares, un estudio revela que hasta 17 de cada 10.000 trabajadores de la calle empleados en las centrales japonesas tienen un 100% de posibilidades de morir de cáncer. Un número mucho mayor tiene «muchas probabilidades» de correr la misma suerte y cientos más enfermarán de cáncer. Teniendo en cuenta que desde los años 70 más de 300.000 trabajadores temporales han sido reclutados en las centrales japonesas, el profesor Fujita y Higuchi no dejan de hacerse las mismas preguntas: ¿Cuántas víctimas habrán muerto en este tiempo? ¿Cuántas han agonizado sin protestar? ¿Hasta cuándo se permitirá que la energía que consume la adinerada sociedad japonesa dependa del sacrificio de los pobres?
El Gobierno y las empresas se defienden asegurando que no se obligó a nadie a trabajar en las nucleares y que cualquier empleado puede marcharse cuando le plazca. Un portavoz del Ministerio de Trabajo japonés llegó a decir que «hay trabajos que exponen a la gente a radiaciones y que deben hacerse para mantener el suministro eléctrico».

Aparecido en Contramarcha nº 56


Junio 2011

 

 

 

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