Mitin Alexander Berkman

 

ALEXANDER BERKMAN

EL ABC DE UN ANARQUISTA

 

Nacido Ovsei Osipovich Berkman en Vilna (Lituania) el 21 de noviembre de 1870, en una familia judía rica, vivió desde muy joven en San Petersburgo, donde adoptó el nombre de Alexander, aunque sus amigos le conocían como Sasha. En San Petersburgo le influyó mucho su tío Mark Natanson, líder revolucionario y fundador del famoso grupo Narodnik, el “Círculo Chaikovski”, que acabaría incluyendo entre sus miembros a Piotr Kropotkin.

Desde muy joven, Berkman mostró un fuerte radicalismo y una gran capacidad para expresarlo por escrito: con sólo 12 años le castigaron en el colegio por escribir un ensayo titulado Dios no existe. Después de la muerte de sus padres, con 16 años, emigró a Estados Unidos, un país sacudido por la revuelta de Haymarket y el asesinato judicial de cuatro anarquistas. Se estableció en el Lower East Side de Nueva York, el barrio por excelencia de los inmigrantes pobres, sobre todo de Europa occidental, con unas condiciones sociales  infames y donde la densidad de población era una de las más altas del mundo.

Emma Goldman nos habla del Berkman de aquella época, cuando el escritor tenía solo 19 años: “Era poco más que un niño... pero con el cuello y el pecho de un gigante.” Empujado por las circunstancias que le rodeaban y por su profundo espíritu de justicia, tardó poco en unirse al movimiento libertario y acabó convirtiéndose en uno de los anarquistas más importantes de la historia de Estados Unidos.

Según algunos testimonios, Berkman había decidido volver a Rusia para sumarse a la lucha clandestina contra el zarismo, cuando unos hechos sangrientos en Homestead, Pennsilvania, en 1892, cambiaron el rumbo de su vida para siempre. En esa localidad surgió un conflicto entre sindicalistas y la Acerería de Carnegie. La empresa se negó a negociar con los huelguistas y declaró un lock-out en un intento de romper el poder del sindicato. El director de la empresa, Henry Clay Frick, contrató los servicios de los pistoleros de la agencia Pinkerton, especializados en perseguir sindicalistas por todo EEUU. Poco después de llegar a Homestead, los Pinkerton mataron a 10 sindicalistas. La noticia se extendió como la pólvora por todo el país.

En Nueva York, Berkman, con 22 años, se indignó. Inspirado por la táctica anarquista justiciera de la propaganda por el hecho, que justificaba el ajuste de cuentas contra los “enemigos del pueblo” como una forma de mostrar a las masas pacíficas la utilidad de la resistencia, decidió arriesgar su propia vida para vengar a los muertos. Así, el 23 de julio de 1892, Berkman entró en el despacho de Frick en Homestead con una pistola y un cuchillo. Sorprendentemente, pese a recibir tres disparos y una puñalada, Frick no murió. Este hecho también salvó la vida del joven Berkman, que fue detenido por uno de los guardaespaldas de Frick. En la prensa, Berkman fue descrito como un asesino frío y trastornado. Pocos entendían que había actuado debido a su gran amor por la humanidad, sintiéndose obligado a eliminar a quien él consideraba como un tirano y cómplice de asesinato múltiple. Un tribunal sentenció a Berkman a 22 años de cárcel, de los que pasó catorce en la cárcel de Pittsburgh.

Berkman sufrió muchos tormentos dentro de un sistema penitenciario diseñado para quebrantar el espíritu y el cuerpo de los presos. De estos 14 años pasó largas temporadas en celdas de castigo, aislado de los otros presos. Goldman, su amante y compañera, era la única persona que mantuvo correspondencia con él durante ese tiempo. En una carta desde la cárcel, Berkman le explicaba que su fe en el anarquismo era “la fuerza elemental en la que se sostenía su existencia cotidiana”. Salió de la cárcel con 36 años sin haber perdido su infranqueable integridad moral ni su indomable fe revolucionaria, aunque desde entonces padeció una depresión que nunca terminó de superar. Sus años en prisión forjaron en él una gran fuerza interior, un profundo sentido del humor y una comprensión más madura sobre la magnitud de las barreras y obstáculos que tenía que superar para conseguir sus anhelos más queridos: la creación de un mundo mejor y la liberación de la humanidad entera.

En 1912 publicó Prison Memoirs of an Anarchist (Memorias de un anarquista en prisión, Barcelona: Editorial Melusina, 2007), en un intento de alejarse de sus vivencias carcelarias. Se trata de una denuncia poderosa del sistema carcelario, crudamente honesto y escrito en forma de diario, uno de esos libros excepcionales que, una vez leído, es imposible olvidar. Relato en carne viva que brota con dolor y sangre de los entresijos de una vida atormentada, un testimonio terriblemente humano.

Berkman nos narra con detalle la brutalidad cotidiana del sistema carcelario, su impacto fisiológico y psicológico, las enfermedades endémicas como la tuberculosis, el despertar de la locura en los presos ante la crueldad de los carceleros, la muerte de sus amigos, y el contexto que le colocó en más de una ocasión al borde del suicidio. El diario nos deja testimonio sobre el choque entre el espíritu y corazón del joven Berkman y un sistema disciplinario atroz a través del sufrimiento y dolor del escritor y su lucha para sobrevivir a pesar de las humillaciones y vejaciones que sufría. Memorias de un anarquista en prisión inspiraría y ayudaría a muchos presos en el futuro con penas de largos años a las que enfrentarse.

Al salir en libertad, comenzó una nueva época en la vida militante de Berkman. Había limado su pluma a través de sus escritos clandestinos y las cartas que enviaba desde la cárcel, y no tardó en destacar como editor y ensayista de mucho mérito, primero con Goldman en la revista Mother Earth (1906-1917), una de las publicaciones más célebres del radicalismo americano del siglo XX, en la que colaboraban la flor y nata del anarquismo internacional. Luego con el incendiario Blast (1916-1917) que editó él mismo, su propio “periódico obrero revolucionario”, una publicación de combate que abogaba por la acción directa y la violencia política como armas creativas en la preparación de la revolución. Blast sostenía campañas contra las injusticias del sistema judicial y se le atribuye haber salvado la vida de varios activistas condenados a pena de muerte debido a montajes policiales.

Destacó también como organizador templado, desinteresado y libre de vanidad. Se sumergió en las luchas de los obreros y los parados en Nueva York. Llevó una vida comprometida, ascética, renunciando a las pocas comodidades de la vida. Vivía con cinco centavos al día y, cuando era posible, dormía en el parque para ahorrar dinero, donando todo su dinero a la prensa y organización anarquista. Era duro en sus críticas contra aquellos que no seguían su ejemplo. Así, llegó a los puños con Modest “Feyda” Stein, su primo, compañero y uno sus mejores amigos, cuando éste gastó 20 centavos en una cena, algo que iba contra los “principios sagrados” de Berkman, que lo consideró como una muestra de sus “predilecciones burguesas” y “un robo” contra un movimiento pobre de gente pobre. No idealizaba a los trabajadores, reconocía que compartían  algunos prejuicios con otras clases sociales, pero mantenía una fe inquebrantable en su poder revolucionario y creativo.

Para Berkman la revolución implicaba también un trabajo cultural importante y con ese fin fundó la “Francisco Ferrer Association” en 1910, junto a la siempre presente Goldman. Al poco tiempo, ambos crearon una Escuela Moderna inspirada en los principios pedagógicos de Ferrer, que había sido ejecutado el año anterior en Barcelona. Entre los profesores y colaboradores de la escuela figuraban, entre otros, el propio Berkman, los escritores John Reed, Upton Sinclair y Eugene O’Neill, la bailarina Isadora Duncan, y el pintor Robert Henri, mientras su alumno más famoso fue el joven Man Ray de Brooklyn.

Pero su época americana terminó con la Guerra Mundial y el aumento de la represión estatal, que iba a silenciar las voces antimilitaristas. Mother Earth y Blast fueron cerrados en 1917 por el gobierno federal debido a su oposición intransigente al militarismo. Vilipendiados en la prensa como “bestias salvajes”, los anarquistas fueron perseguidos duramente en un país lleno de Guantánamos para su castigo. Así, Berkman volvió a la cárcel por oponerse a la guerra y al reclutamiento obligatorio, con una pena de dos años bajo The Espionage Act. Cumplió condena en el penal de Atlanta, en el estado de Georgia, donde los linchamientos de presos negros eran muy frecuentes. Por criticar y oponerse dentro a tales prácticas, Berkman sufrió duramente, y luego confesó que estos dos años en la cárcel de Atlanta fueron peores que los catorce en la de Pittsburgh.

Al salir a la calle de nuevo, Berkman se encontró con que tenía tan poca libertad fuera como había tenido dentro de la cárcel. Su periodo americano estaba llegando a su fin. Por aquel entonces, las autoridades estaban obsesionadas con la persecución de “rojos”, y en el caso de Berkman era aún peor por proceder del país de los Bolcheviques. Así que durante las infames “Redadas Palmer” de 1919, organizadas por el  secretario de justicia Mitchell Palmer, Berkman y la también rusa Goldman, fueron detenidos y deportados a la Unión Soviética con otros doscientos “indeseables” –socialistas, anarquistas y comunistas– que  supuestamente “estaban corrompiendo” la vida política americana.

Berkman inicialmente había sido partidario de la Revolución Rusa, e incluso había traducido algunos escritos de Lenin, pero el divorcio entre el Partido Bolchevique y el movimiento anarquista, y la posterior represión de este último, hizo inevitable su desilusión con el nuevo Estado. Sin embargo, es interesante destacar que, mientras Goldman y muchos otros anarquistas ya habían empezado a denunciar a Lenin y su partido, Berkman seguía esperando que la revolución evolucionase en una dirección favorable, algo que subraya su independencia y su fe en la transformación social. Aun así, al escritor le preocupaba el disminuyente papel de los órganos de poder popular como los Soviets. La gota que colmó el vaso fue la supresión sangrienta en marzo de 1921 de la rebelión de Kronstadt, uno de los viejos focos de la revolución, que le confirmó lo que veía como la subordinación de los impulsos transformadores a los intereses de una nueva burocracia dominante. Ese mismo año Berkman y Goldman salieron para Alemania.

Berkman se convirtió en un crítico infatigable de los bolcheviques, pero se encontró aislado dentro de un movimiento obrero seducido por el comunismo. También tuvo que enfrentarse a un exilio más precario. Intentó fomentar el pequeño movimiento anarquista alemán y se dedicó a escribir sobre sus experiencias bajo los bolcheviques, publicando folletos y, en 1925, The Bolshevik Myth, un libro basado en el diario que escribió durante su estancia en la Unión Soviética.

En 1925 Berkman se marchó a Francia. Vivió primero en París y allí, en 1927, creó junto a Volín y otros compañeros, el grupo “Ayuda mutua” para asistir a los anarquistas rusos, italianos, españoles y portugueses perseguidos por las dictaduras de sus respectivos países. Trabajaba como editor y traductor pero vivía muy mal, amenazado por la destitución, la deportación, y la depresión. Las autoridades francesas tenían miedo de su curriculum revolucionario y le mandaron varias órdenes de expulsión. Una de éstas fue ejecutada, pero gracias a la intervención de amigos y de una campaña en su defensa, le dejaron volver bajo la condición de que se abstuviese de participar en política. Para un hombre en rebelión permanente contra el mundo existente, que había entregado su vida al activismo, a la acción, a la organización y a la furia de las luchas sociales, se trataba de una pena muy debilitante. Se fue a vivir a la Riviera francesa donde empezó a sentirse como un animal enjaulado.

Privado de otros medios de lucha, Berkman se vio obligado a confiar en la única arma que le quedaba: la pluma. En este contexto escribió el libro que tienes ahora en las manos.

Publicado por primera vez en 1929 bajo el título Now and After: the ABC of Communist Anarchism, y posteriormente traducido a varios idiomas, El ABC del comunismo libertario fue concebido como una explicación popular de los propósitos y principios anarcocomunistas, y con el objetivo de dar un enfoque nuevo al movimiento anarquista internacional y reorientar la práctica del movimiento tras la revolución rusa.

El ABC del comunismo libertario es una articulación matizada de los principios anarquistas, una celebración de la búsqueda de la libertad total en una época en la que el Estado era cada vez más poderoso y con un creciente número de adeptos por el mundo entero. Cuando Berkman habla de la lucha de clases, la represión estatal y las convulsiones revolucionarias, no lo hace como espectador sino desde una perspectiva basada en sus experiencias directas en Estados Unidos, Rusia, y Europa Occidental y su lucha por otro mundo, más justo, tolerante y libre. Escrito en un lenguaje sencillo, en forma de diálogo, este libro revela también una constante en la vida de Berkman: su gran capacidad para comunicar sus ideas de forma directa y asequible. De hecho, es una de las mejores introducciones al pensamiento anarquista, un verdadero clásico de la literatura libertaria.

Se puede observar en sus páginas la influencia Kropotkiana y las ideas sobre el apoyo mutuo, sobre todo cuando Berkman analiza la perspectiva anarquista sobre la vida humana y el progreso social. En lo que resulta una reconsideración significante de la utilidad de la violencia revolucionaria en la transformación social del mundo, Berkman arguye que para conseguir los objetivos del anarquismo el camino más eficaz y fructífero es crear ejemplos prácticos de libertad e igualdad en los proyectos individuales y colectivos de la vida cotidiana, en vez de confiar en la violencia, algo que califica como “un método de ignorancia, un arma de los débiles.” Hacía dos años que Berkman había concluido que la violencia sólo se podía justificar en “circunstancias excepcionales”.

Después de tantos años de pobreza y de tribulaciones físicas, y tras haber pasado la tercera parte de su vida adulta en la cárcel, la salud de Berkman se resintió seriamente. Tenía problemas de próstata y le operaron en dos ocasiones sólo para volver a recaer al poco tiempo. Acosado por su mala salud y debilitado por dolores insoportables, agobiado por las prohibiciones de las autoridades francesas, y harto de vivir gracias a la caridad de sus compañeros, Berkman decidió pegarse un tiro. Murió en Niza el 28 de junio de 1936. Tenía 66 años.

Prefiero no describir la vida de Berkman como una tragedia. Tal y como él mismo dijo, Berkman fue un “revolucionario primero, después un hombre”. Y vivió así, consecuente y en armonía con sus ideas lo que le colocó en unas circunstancias a veces excepcionales pero, dados sus compromisos y pensamiento, del todo inevitables por la época en que le tocó luchar y existir. La única tragedia fue la de no haber vivido unos meses más para poder haber experimentado aquel corto verano de anarquía en España que empezó a radiar a las pocas semanas de su precoz muerte, cuando se pusieron en práctica algunas de las ideas que habían determinado su vida. Pero ese verano Berkman tenía pleno control de su destino. Antes de una de sus operaciones, dejó una carta que resumía su pensamiento: “He vivido mi vida y yo creo de verdad que cuando uno no tiene ni salud ni medios y es incapaz de trabajar para conseguir sus ideas, ha llegado la hora de largarse.” Su último acto fue levantar una pistola, convencido de que no podía seguir sirviendo a la humanidad. En este sentido, El ABC del comunismo libertario, su último libro, se puede considerar como su testamento político, su legado más importante, y por eso agradecemos a LaMalatesta (www.lamalatesta.net) por editar, por fin, una versión castellana espléndida y fiel a la original.

Fue siempre muy amado por sus amigos y compañeros, quienes hacían hincapié en su bondad, su sinceridad y su calidez. Goldman habló de su “fuerza irresistible”, de su inextinguible amor por la humanidad y los desposeídos, de la influencia moral profunda que ejerció sobre todos los que le conocieron. A pesar de la fortaleza de sus ideas y su compromiso, no era doctrinario ni dogmático: respetaba las convicciones de los demás siempre que fuesen sinceras y no oportunistas o egoístas, y contaba con el respeto de los izquierdistas de otras tendencias, como, por ejemplo, el escritor socialista Jack London que le consideraba su “hermano”.

Curiosamente Berkman sigue esperando a su biógrafo. En la opinión de Howard Zinn, es “uno de los héroes perdidos del radicalismo americano, una voz pura e insólita de la rebeldía.”

Para muchos, Berkman es conocido como el amante, amigo y compañero de vida de Goldman. En más de un sentido, la autobiografía de Goldman, Viviendo mi vida, que ella escribió debido a la tozudez e insistencia de Berkman, que a su vez editaría algunas partes del libro, sigue siendo el estudio de su vida más completo. Fue la suya una existencia plena y eminentemente revolucionaria, la vida de un hombre polifacético: emigrado, tipógrafo, hombre de acción, amante, traductor, asesino, editor, refugiado, periodista, organizador, preso, profesor y escritor.

Chris Ealham.

Septiembre de 2008

 

 

Prólogo de Alexander Berkman.

Considero al anarquismo como la más racional y práctica concepción de la vida social en libertad y armonía. Estoy convencido de la ineludibilidad de su realización en el curso del desarrollo humano.

La coyuntura de esa realización dependerá de dos factores: primero, de la rapidez con que las condiciones de existencia se tornen física y espiritualmente intolerables para considerables masas del género humano, particularmente para las clases trabajadoras; y segundo, del grado en que las concepciones anarquistas sean comprendidas y aceptadas.

Nuestras actuales instituciones sociales están fundamentadas sobre ciertas ideas; en la misma medida en que estas últimas son generalmente creídas, las instituciones edificadas sobre ellas están a salvo. El Gobierno permanece fuerte porque el pueblo cree necesaria la autoridad política y la violencia legal. El capitalismo continuará mientras tal sistema económico sea considerado adecuado y justo. La inconsistencia de las ideas que sostienen las perversas y opresivas condiciones del presente significa la final demolición del gobierno y el capitalismo. El progreso consiste en abolir todo aquello que el hombre ha superado, sustituyéndolo por un medio realmente más agradable.

Ha de ser evidente, hasta para el observador casual, que la sociedad está experimentando un cambio radical en sus concepciones fundamentales. La Guerra mundial1 y la revolución rusa son las principales causas de ello. La guerra ha desenmascarado el viciado carácter de la competencia capitalista y la homicida incompetencia de los gobiernos para resolver las contiendas entre naciones, o, más bien, entre la taifa financiera. Por haber perdido los pueblos la fe en los viejos métodos, es por lo que los Grandes Poderes están ahora forzados a discutir la limitación de armamentos y hasta a declarar la guerra fuera de la ley. No hace mucho, la misma sugestión de una tal posibilidad se enfrentó con el máximo desdén y ridículo.

Análogamente se derrumba el crédito de otras instituciones establecidas. El Capitalismo todavía «obra», pero la duda acerca de su conveniencia y justicia está ya mordiendo el corazón en cada vez más amplios círculos sociales. La Revolución rusa ha esparcido ideas y sentimientos que están minando la sociedad capitalista, particularmente sus bases económicas, y la santidad de la idea de propiedad privada de los medios de existencia social. Porque no sólo en Rusia se abrió sitio al cambio del octubre rojo, sino que ha influenciado a las masas de todo el mundo. La fomentada superstición de que lo que existe es permanente ha sido suprimida, más allá de los programas de reconstrucción del sistema.

La guerra, la Revolución rusa y las evoluciones de la posguerra han contribuido, también, a desilusionar del Socialismo a vastas multitudes. Es literalmente verdad que, como el Cristianismo, el Socialismo ha conquistado al mundo frustrándose a sí mismo.

Los partidos socialistas, ahora impulsan o sirven para impulsar a la mayoría de los gobiernos europeos, pero los pueblos ya no creen que ellos sean diferentes de los otros regímenes burgueses: sienten que el Socialismo ha fallado y que está en bancarrota.

En parecida forma han probado los bolcheviques que el dogma marxista y los principios leninistas sólo pueden conducir a la dictadura y a la reacción.

Para los anarquistas no hay nada de sorprendente en todo esto.

Han clamado siempre, que el Estado es destructor de la libertad y la armonía social, y que solamente la abolición de la autoridad coercitiva y la desigualdad material puede solventar nuestros problemas políticos, económicos y nacionales. Pero sus argumentos, aunque fundamentados sobre un siglo largo de experiencia humana, parecieron a la presente generación, nueva teoría, hasta que los acontecimientos de las dos últimas décadas han demostrado en la vida actual la verdad de la posición anarquista.

El derrumbe del Socialismo y del Bolchevismo ha dejado limpio el camino para el Anarquismo.

Hay una literatura considerable sobre el Anarquismo, pero la mayoría de sus grandes obras fueron escritas antes de la Guerra Mundial. La experiencia de un pasado reciente ha sido vital y ha hecho necesarias ciertas revisiones en la actitud y argumentación anarquistas. Aunque los propósitos básicos permanecen los mismos, algunas modificaciones de aplicación práctica son dictadas por los hechos de la historia en curso. Las lecciones de la Revolución rusa, en particular, claman por un nuevo acercamiento a varios problemas importantes, el primero de ellos el carácter y actividades de la revolución social.

Además de esto, los libros anarquistas, con pocas excepciones, no son accesibles a la comprensión del lector medio.
Es defecto común a la mayoría de las obras que tratan de cuestiones sociales el que estén escritas bajo la presunción de que, para el lector, es ya familiar una parte considerable del asunto, y en este caso no se encuentran todos los lectores. Como resultado de esto, hay muy pocos libros que tracen el problema social de forma simple e inteligente.

Por las antedichas razones yo considero en extremo necesaria ahora una reexposición de la posición anarquista una reexposición en un lenguaje claro y llano que pueda ser comprendido por cualquiera, esto es: un ABC del Anarquismo.
Con la atención puesta en este propósito, han sido escritas las siguientes páginas.


Alexander Berkman. París, 1928.

 

El solidario 15


Otoño 2009

 

 

 

ÁGORA