Malato Las pasiones

 

CARLOS MALATO:

LAS PASIONES

 


«Por igualdad se entiende, entre los anarquistas, la igualdad social. Todos los seres humanos tienen el mismo derecho a la posesión de la riqueza colectiva y el mismo deber a contribuir a su producción. No se trata de una cuestión de igualdad política, porque la política desaparecerá con sus mentiras; ni de igualdad civil, porque las leyes y los códigos cesarán de regir ante una humanidad libre.»
Carlos Malato: FILOSOFÍA DEL ANARQUISMO


LAS PASIONES es uno de los artículos de su Filosofía del anarquismo, que todavía podéis encontrar en la edición de 1978 de la editorial Júcar. Con esta reproducción os animamos a conocer a este autor anarquista; más criticado que conocido, también en el mundo anarquista. Este breve texto ayuda a conocerle y a criticarle, a veces con dureza, pues motivos hay, si bien nunca hemos de perder de vista que, anarquista o no, casi todos (¿o todos?) somos producto de nuestro tiempo y lugar, y este artículo tiene más de cien años.
En una ciudad libre, viviendo sin amos y sin leyes, borrados los prejuicios, en una palabra, asegurando al individuo la mayor suma de independencia, los más grandes peligros serían, al decir de algunos, las rupturas de equilibrio moral, llamadas pasiones. Un gran número de socialistas autoritarios ven en esto el escollo de la anarquía.
Examinemos el argumento: merece la pena.


Es un cliché viejo puesto a la moda por el cristianismo y adoptado por la hipocresía burguesa, declamar contra el fuego de las viles pasiones que arrastran al hombre, haciéndole perder al mismo tiempo la sabiduría -¡esa dulce sabiduría que consiste en obedecer y resignarse!- la tranquilidad y la dicha. Sí, las pasiones perturban la vida, engendran desdichas y, sin embargo, son el más poderoso elemento de progreso.

Todo mejoramiento social procede de una lucha contra el pasado, y esta lucha jamás la han sostenido aquellos cuyos sentidos perfectamente equilibrados se acomodan sin resistencia al medio en que viven. Estos son los seres sensatos, para quienes este es el mejor de los mundos posibles. Intentar la modificación de las ideas heredadas a las instituciones establecidas, es para ellos obra de locos.

¡Locos Sócrates, Cayo y Tiberio Gracco, Wicleff. Colón, Marat, Clootz, Babeuf, Fulton, Blanqui, Garibaldi, Darwin, Reclús, Luisa Michel! ¿Quién son entonces los sabios?

Sin embargo, transcurren los años, y gracias al empuje de estos locos, la vida social ha mejorado, el círculo de los descubrimientos y de los dominios se ha agrandado, y el burgués, luchando encarnizadamente contra los innovadores de su época, erige estatuas a quienes hubiera hecho quemar vivos si hubiera vivido en su tiempo.

La pasión por la libertad hizo a los griegos vencedores de Asía; la pasión del odio creó un Aníbal; la pasión por las aventuras creó a Hernán Cortés, Pizarro, Magallanes, Cook, toda esa serie de conquistadores y grandes navegantes; la pasión de la ciencia hizo a Galileo; la pasión del amor inspiró a Dante, a Petrarca, al Tasso y Muset; la pasión de la justicia creó a John Brown, muriendo por la emancipación de los negros.

¿Conoce verdaderamente la existencia el que jamás ha sentido batir sus arterias, dilatarse su corazón, agrandarse su vida ante la idea de conquistar a una mujer, de aplastar a un opresor, de desafiar un peligro, de arrancar un secreto a la naturaleza o la ciencia? Este ser amorfo, afono, viscoso, frío, sin experimentar más que blandas sensaciones, trazando durante toda su vida una línea recta, ¿es verdaderamente un hombre?

Tres palabras bastan para desnudar a un burgués: cobardía, egoísmo, hipocresía; una sola para vestirlo: advenedizo. Mientras existan papanatas atacarán con su odio de pigmeos a los que sienten grandes pasiones, grandes ideales que turban su reposo y hacen bajar los cambios.

¿A quién se dirigen el orador, el general, el tribuno, el artista? A la pasión. Suprimid este gran motor y la humanidad se hundirá en las tinieblas.

Las pasiones son, pues, por ellas mismas, una cosa noble y útil; si en la sociedad actual conducen al hombre a extravíos monstruosos algunas veces, es porque, contrariados a cada instante en su vuelo por convencionalismos y reglamentaciones antinaturales, se falsean y se depravan. En una sociedad basada sobre la libertad individual, la igualdad social y la armonía de los intereses no ocurrirá así.

¿Quién puede afirmar que Pranzini en otro medio no hubiera sido un hombre muy útil poniendo al servicio de todos sus notables facultades de asimilación? Cartouche y Mandrín (nota: dos famosos jefes bandoleros), sin el oro que los seducía y las leyes que dando las funciones al azar del nacimiento inutilizaron los talentos, ¿no hubieran sido los Hoche y los Garibaldi de su época? Arrojad a Washington entre un pueblo envejecido, bastardeado por el bizantinismo parlamentario y los prejuicios y tendréis a un Boulanger.

Una sociedad en la que el oro no existe y en la que todo es de todos, suprime la avaricia. Una sociedad en la que todos son libres e iguales, suprime o por lo menos atenúa mucho, las rivalidades y el orgullo. La cólera, más notable ciertamente que la resignación cristiana, no tendrá que emplearse sublevando a los oprimidos contra los tiranos; el deseo de luchar se convertirá en una actividad puesta al servicio del bienestar general.

La caída del régimen económico y de las caducas instituciones que subsisten actualmente en los pueblos de Europa y América, realizará toda una transformación en el orden psicológico.

Existe, sin embargo, un sentimiento que, más intenso que los otros, es menos susceptible de quebrantarse por las modificaciones sociales. Este sentimiento, al que debemos nuestras más grandes alegrías y nuestros más grandes dolores, es el amor, o por mejor decir, la codicia sexual. El amor, aún bajo su forma menos brutal, no es más que el refinamiento de una necesidad fisiológica.

Verdaderamente, la libertad absoluta de las uniones es una poderosa causa de armonía. ¡Qué de desesperaciones, qué de crímenes evitados! Pero la disputa de una misma mujer por dos o más rivales es un caso a prever pues la preferencia dada por ella a cualquiera de los enamorados, puede, en una sociedad anarquista como en una sociedad burguesa, causar graves conflictos. ¿Serán estos los conflictos más peligrosos para el cuerpo social cuando no existan leyes y jueces para castigarlos? No, porque serán más que casos aislados, lamentables sin duda, pero que todas las leyes y los jueces del mundo no sabrían prevenir. ¿Actualmente los códigos y los gendarmes pueden impedir que un celoso se vengue de una mujer infiel? De ningún modo. A lo sumo determinarán en él el empleo de precauciones para burlar el castigo real, pero no por esto el acto habrá de dejar de cometerse.

Mejor es prevenir que castigar: el verdadero remedio consiste en una educación basada sobre el respeto a la libertad individual. La educación y el medio hacen al hombre; la historia entera es la mejor prueba. Si la educación cristiana ha hecho soportar durante once siglos a cien millones de hombres el yugo de la Edad Media, la educación anarquista sabrá, sin curas, sin jueces, sin gendarmes, hacer que reine la verdadera armonía social.


¿Porqué publicar FILOSOFÍA DEL ANARQUISMO?

La razón primordial sería su carácter ejemplar. Es un ejemplo de lo que circuló por el mundo a finales del siglo XIX y principios del XX. Había que llegar a las gentes sencillas, al campesinado, al obrero fabril, sin conciencia de clase suficiente o solamente incipiente.

Carlos Malato podría incriminarnos, acaso con razón: «¡Ahí te quería yo ver a ti, señor repipi!» Gracias a la sencillez, brevedad y simplicidad de estos esquemas malatianos fueron ganados para el movimiento libertario prominentes luchadores y notables críticos.

Creo que todos los libertarios firmaríamos que:
«Desde su nacimiento, la humanidad está en rebeldía contra sí misma, y esta rebeldía es el factor más importante del progreso, costosamente conquistado, pero progreso al fin» (página 110)

«Si hay algún estado absolutamente opuesto a la anarquía, desenvolvimiento libre y pacífico de los individuos, es el estado de guerra, resto del salvajismo de las edades prehistóricas.» (página 75)

Esto es bastante, pero no basta. No podemos contentarnos con ponernos de rodillas ante el anarquismo. Hay que poner al anarquismo sobre sus propios pies. Si lees este libro y no tienes qué criticar, arrójalo fuera de ti: no es libertario. Si tras leer las breves páginas dedicadas a la negación del dinero no te entran ganas de estudiar a fondo economía política, puedes dedicarte a cualquier catecismo.

Si este libro te calma, te calma el capitalismo. Si estas páginas no te impulsan hacia la acratización, nada de ácrata late en ti. Sé malatiano, renegando de Malato.

Al final quedará algo más que un turbio sedimento de palabras. Al final quedará lo que tú puedas ser capaz de respaldar con tus actos.

Y de Malato puede decirse que, a pesar de Malato, la libertad de la anarquía es un filum genético que no corresponde realizar a nadie, sino a toda una humanidad.

Leamos, pues, esta Filosofía de la anarquía para anarquizar esta filosofía de la anarquía.



Extracto de la presentación de Carlos Díaz para la edición de La filosofía del anarquismo
realizada por la editorial Júcar.


Aparecido en Contamarcha Nº 25

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