ESTA CRISIS ECONÓMICA NO ACABARÁ NUNCA

Es importante poner algunas piezas del puzzle juntas y mostrar de manera fehaciente lo que a estas alturas es un hecho: esta crisis económica en la que estamos inmersos no se acabará nunca, o no al menos dentro del presente paradigma económico conocido como capitalismo.


Esta gráfica elaborada con datos de la Agencia Internacional de la Energía, IEA, y del Departamento de Energía de los EE.UU., IEA, y extraída del informe mensual Oil Watch  de The Oil Drum, muestra la producción mensual de petróleo crudo durante los últimos 8 años (expresada como el promedio de millones de barriles diarios). Como ven, a pesar de algunos altibajos la cantidad de petróleo crudo extraído de las profundidades de la Tierra permanece más o menos constante desde el año 2005. Los años precedentes (no mostrados en esta gráfica) desde el shock petrolero de principios de los 80 habían visto un crecimiento imparable de la extracción, a un ritmo de casi un 2% cada año. Pero desde 2005 algo se torció. La producción de los nuevos campos que entraban en operación apenas servía para cubrir la pérdida de producción de los campos en activo. Esto es un hecho: estamos en la meseta o plateau de la extracción de petróleo crudo, y en cualquier momento comenzará el declive, ya que desde los 80 se descubre menos petróleo del que se consume y esto tarde o temprano implicará que la producción comenzará a bajar. ¿Cuándo? Según ITPOES (think-tank de la industria británica, del que ya hemos hablado en el blog) el declive comenzará hacia 2015. Se ha de destacar que el petróleo crudo no es todo el petróleo que se produce en el mundo, pero sí la mayor parte (unos 75 millones de barriles diarios -Mb/d). Hay otros 10 Mb/d que provienen de las arenas bituminosas, de los líquidos del gas natural y de los biocombustibles, pero no hay que dejarse engañar. En primer lugar, porque estamos hablando de petróleo sintetizado usando otras fuentes energéticas (típicamente gas natural), con las consecuentes pérdidas de energía durante la conversión. Como tampoco vamos sobrados de gas pero faltan aún 15 años para su cénit, estas fuentes alternativas de petróleo significan simplemente una estúpida huida hacia adelante, una manera de ocultar una cruda y dura realidad; pero es que además ya están casi al límite de su capacidad de producción y no podrán retardar por más tiempo el declive del petróleo. En segundo lugar, la capacidad calorífica de estos “petróleos” es sólo un 70% del original, así que en cierto modo estamos dando gato por libre. ¿No ha notado que su coche últimamente tira menos? Es normal, por una normativa europea los carburantes que se comercializan en la Ue han de tener un mínimo de un 5% de biocombustible. De algún modo hay que dar salida a ese “petróleo” de pacotilla que sintetizamos, pero no es tan bueno como el original...

 


El hecho de que la producción de petróleo no crezca no significa que nos estanquemos en nuestro consumo, lo cual de por sí ya sería bastante malo. En realidad decrecemos. Fíjense en la gráfica anterior. La ha elaborado Stuart Staniford a partir de datos de la IEA y de la EIA, y los publicó en su blog Early Warning (buscar artículo “US economic recovery in the era of inelastic oil”). La línea azulada de arriba representa el consumo de la OCDE, la morada que sube a toda mecha desde abajo representa básicamente China y la India. Hasta la línea vertical son datos del pasado, comprobados; a partir de ahí es la proyección de Stuart Staniford a partir de la tendencia actual. La realidad es que China, la India y otros países con economías más dinámicas y mayor potencial de crecimiento están aumentando más su consumo que nosotros, porque con su crecimiento les cuesta menos pagar facturas petroleras más elevadas. Y como desde 2005 éste es un juego de suma cero, lo que ellos suben nosotros lo tenemos que bajar. En concreto, a un ritmo del 3% anual. Los últimos datos de Oil Wactch confirman que los países de la OCDE (España también) han perdido más de un 15% de consumo de petróleo respecto a 2005.


O sea que básicamente estamos en una situación de disminución rápida del consumo de energía, no buscada ni pilotada, sino forzada y repentina. Según datos de la EIA, el petróleo representa el 33% de la energía primaria consumida en el mundo, aunque este porcentaje varía de unos países a otros; en España es el 48%, casi la mitad. Por tanto, con la caída en estos últimos 5 años de más del 15% de nuestro consumo de petróleo en España hemos reducido nuestro consumo de energía primaria en un 8%, aproximadamente; más de un 1.5% anual. Estimar el impacto sobre nuestra energía consumida se hace más complicado a medida que el porcentaje de petróleo que perdemos se hace más grande y que su precio aumenta, ya que para producir y mantener las otras fuentes de energía hace falta petróleo (para los compresores de los martillos neumáticos que se usan en minas remotas, para la maquinaria que mantiene las presas y los aerogeneradores, etc). De hecho, el petróleo tiene impacto en todo, por su gran variedad de usos (plásticos, fibras sintéticas, reactivos químicos para fármacos, industria alimentaria, etc) y como fuente de energía fundamental en la operación de maquinaria de todo tipo (coches, camiones, grúas, aviones, excavadoras, barcos, tractores, aplanadoras, etc). La realidad es que toda la actividad económica depende del petróleo en particular y de la energía en general. Por definición, energía es la capacidad de producir trabajo. Trabajo útil que se aprovecha para transformar materiales y crear productos, trasladar mercancías y gente, producir luz, calor o frío, etc. Incluso las tecnocráticas economías basadas en los servicios han de finalmente servir a algo tangible, y los sobrecostos del petróleo y de la energía también les repercuten en igual medida que a los otros sectores de la economía. La correlación entre consumo de energía y PIB es tan bien conocida que la IEA suele publicar una gráfica del estilo de la que sigue a estas líneas en cada World Energy Outlook y que se muestra abajo. En el eje de las ordenadas (vertical) se ve el consumo total de energía del mundo, expresado en millones de toneladas de equivalente de petróleo. En el eje de las abscisas (horizontal) se ve el PIB del mundo, expresado en paridad de poder de compra. Lo mejor del caso es que la fuerte conexión entre las dos variables mostrada por esta curva se mantiene incluso en las recesiones económicas.

 


Tenemos por tanto que:
- Para crecer económicamente necesitamos crecer nuestro consumo de energía. A la inversa, si nuestro consumo de energía decrece nuestro PIB se contrae en igual manera.
- Debido al estancamiento de la producción de petróleo, a un efecto de sincronización con las otras fuentes de energía conocido como La Gran Escasez, y al crecimiento de otras economías emergentes estamos condenados de manera inexorable a reducir nuestro consumo de energía y a un ritmo bastante rápido (en el caso de España, un 1.5% anual como mínimo).
¿Cuál es por tanto la conclusión? Que nuestra economía está condenada a decrecer, y a un ritmo rápido. Es importante entender esto: es un fenómeno conocido, entendido e inevitable. De hecho, es un concepto manejado en instancias gubernamentales. Sin embargo, los poderes gubernamentales no puedan reconocer abiertamente este hecho por las consecuencias políticas que comporta, y por eso la tendencia es a intentar buscar soluciones que no existen en vez de replantear el problema.
La pregunta no es, por tanto, si vamos a seguir decreciendo económicamente, sino hasta cuándo. La respuesta es que decrecer económicamente, entendido como una disminución del PIB, es irrelevante. Hemos confundido el fin con los medios; el PIB es una abstracción de la riqueza colectiva de un país, que se supone que de algún modo está conectado con el bienestar de sus gentes. Lo que se busca es maximizar el bienestar, no un índice complejo y en ocasiones absurdo. Por tanto, tan pronto como abandonemos la orientación economicista y nos centremos en lo verdaderamente relevante empezaremos a ir mejor. Lo peor que podríamos hacer es centrarnos en mantener un sistema económico que cada vez será más disfuncional por falta de energía y de materias primas para impulsar un consumo desaforado que nos inmole en el altar del crecimiento económico, soñando con la recuperación económica que nunca va a llegar y que creará un empleo que no va a existir jamás. No entender esto, obstinarse en seguir este camino, sólo nos lleva a un sitio conocido: el colapso.


EL COLAPSO
Cuando hago las charlas sobre el Oil Crash, en alguna de las transparencias iniciales digo las siguientes frases: “El Oil Crash es la inminente e inevitable llegada a un punto a partir del cual la actual sociedad basada en el petróleo ya no será viable”. “Si no se toma ninguna medida, la sociedad colapsará”. Pero, ¿qué es colapsar? La cuestión es importante porque muchos de mis oyentes y lectores, sin negar la importancia de las cosas que aquí se discuten, esencialmente esperan a que el colapso sea tan evidente como para que la toma de medidas drásticas que reorienten sus vidas sea socialmente aceptable y no sea visto como una excentricidad, fruto del alarmismo y la paranoia. Por tanto, esta parte final del artículo va de eso, de cómo reconocer el colapso antes de que sea demasiado tarde.
Sostiene Dimitri Orlov en un post de su blog que el colapso consta de cinco fases, a saber: colapso financiero, colapso comercial, colapso del estado, colapso de la comunidad y colapso de la familia. Durante el colapso financiero (situación muy semejante a la que estamos viviendo hoy en día en la mayor parte del mundo occidental) los bancos y compañías tienen problemas para hacer frente a sus deudas y acaban en bancarrota. Después viene el colapso del comercio: incapaz de pagar sus deudas a nivel corporativo, estatal e individual, el país colapsante deja de ser fiable y los demás países interrumpen sus tratos con él. La siguiente fase, el colapso del estado, viene cuando la situación se deteriora, los servicios se interrumpen y las infraestructuras no pueden ser reparadas; el Estado pierde relevancia y la gente acaba haciendo su vida y organizándose a espaldas del mismo, basándose en comunidades de todo tipo, desde las asamblearias hasta las comandadas por un señor de la guerra. En la siguiente fase, las comunidades no son capaces de ayudar a los individuos en problemas para ellos críticos, como el acceso al agua y a los alimentos, y se disgregan. La única unidad que persiste es la familia, entendida de forma extensa como clan familiar. En la quinta y última fase del colapso, la escasez de recursos y la dureza de las condiciones hacen que la situación se convierta en un “sálvese quien pueda” y todos los individuos compiten con todos; el canibalismo es norma y la especie puede subsistir en pequeños grupúsculos aislados o extinguirse.


La primera cosa que hay que decir, como ya advierte el propio Orlov, es que no es necesario seguir estas cinco fases; dependiendo de nuestra inteligencia y adaptación podremos detener el proceso, cuanto más arriba mejor, aunque él cree que el esfuerzo necesario para evitar las dos primeras fases es posiblemente inasumible y que lo lógico es detener el proceso en la fase 3, antes de que el Estado colapse. Se puede decir que él habla por experiencia: afincado en los EE.UU. pero ruso de origen, Dimitri Orlov vivió el colapso de la URSS y en buena medida su modelo de colapso se ajusta al patrón que él usa. Por otra parte, y sin retrotraerse a alguna de las 26 civilizaciones anteriores a la nuestra que tenemos constancia que han colapsado, tenemos numerosos ejemplos actuales de sociedades actuales que han colapsado hasta la fase 3, el colapso del Estado: son los famosos Estados fallidos de los que de vez en cuando se habla en la tele (he utilizado deliberadamente el término “señor de la guerra” porque ya mucha gente está familiarizado con él).


Otra cosa a destacar es que aunque la situación de escasez de recursos es global, sin embargo el colapso, como la suerte, va por barrios. No todos los países colapsarán a la vez ni a la misma velocidad. Cuantos menos recursos tenga un país, esté peor comunicado y más comprometida sea la situación de su deuda, antes y más rápido colapsará, incluso en la misma zona socieconómica. Por ejemplo, en buena medida se puede decir que Grecia está acabando la fase 1 de su colapso en tanto que España todavía está a la mitad y Alemania seguramente sólo la está empezando.


Este post pretende ser una descripción de los síntomas primeros del colapso, particularizados para el caso de España. No puede ser una narración cronológica, porque un fenómeno tan complejo escapa completamente a mi comprensión; yo describiré aspectos que lógicamente pueden aparecer, sin saber en qué orden y cuáles de todos se manifestarán. Por otro lado, es imposible saber exactamente en qué momento se empezarán a manifestar, puesto que hay multitud de aspectos que afectan al suministro de petróleo, que al final es lo que es importante. Por el lado del precio, es imposible saber cuál será la demanda de los otros países, especialmente cuando alguno de ellos colapse (lo cual reducirá la demanda global y disminuirá la tensión en los precios). Por otro lado, otras cuestiones aparte del precio acabarán influyendo en el suministro, cuando el colapso ya esté más avanzado (fallo en las infraestructuras, contratos de suministro en exclusiva de los productores con terceros países, etc). Por último, la toma de medidas decididas evitará el progreso del colapso y que alguna o muchas de las cosas que aquí describo tenga lugar. En fin, sea como sea, he aquí una relación de hechos asociados con el colapso:
La tan cacareada recuperación nunca llegará. Algún trimestre el PIB será exiguamente positivo, pero siempre vendrá seguido por otros trimestres en los que el descenso del PIB será mucho mayor. En algún momento se dejarán de publicar los datos de variación del PIB con cualquier excusa (algún problema coyuntural que no permite recabar datos o cosas por el estilo) o directamente se manipularán las cifras. En una fase avanzada, ya nadie se preocupará del PIB y lo importante serán otros indicadores, como el índice de delincuencia o de paro.


Los ajustados costes en el sector del transporte hará que haya huelgas de transportistas, como en Mayo de 2008. Al principio serán anecdóticas y sin consecuencias (como en aquella fecha), pero su repetición y su duración más prolongada desembocará en pequeños problemas de suministro. Algunas tiendas (incluidos los supermercados) tendrán cierto desabastecimiento, sin llegar a ser preocupante. Algunas tiendas, que ya tenían problemas para capear la crisis, cerrarán. A medida que el problema recurra y se agrave, el desabastecimiento será mayor y cada vez será más difícil encontrar determinadas cosas hoy comunes. Al final, los costes de transporte se repercutirán en el precio de las mercancías y objetos hoy comunes se volverán muy caros: imagínense los yogures a 2 euros la unidad o los tomates a 10 euros el kilo. Empezará a prosperar un comercio informal, la poca gente que viaje traerá objetos a precios enormes pero más baratos que por transporte común. Al final conseguir un tubo para reparar una cañería o un cable eléctrico para hacer una lámpara requerirá tener buenos amigos que te lo puedan conseguir (lo más probablemente, robándolo entrando en casas, abandonadas o no).


La venta de coches se hundirá. Ésta es una pescadilla que se muerde la cola: cuando más paro, más inseguridad y más reticencia al gasto; cuanto menos gasto, más paro, sobre todo en sectores como el del automóvil, que ya está muy comprometido. Las fábricas en España reducirán primero drásticamente su plantilla, después irán cerrando una tras otra. El prometido coche eléctrico nunca llegará a fabricarse masivamente en España. Al final, todos los trabajadores de la industria del automóvil (8,5% de la población activa, INE 2008) se irán al paro.


El turismo se hundirá. Siendo un gasto absolutamente discrecional, y estando nuestros mercados naturales (Inglaterra, Francia, Alemania) en una situación difícil, y el mercado nacional arrasado por el paro, habrá una gran contracción en la población activa dedicada al sector del turismo (alrededor del 12%, INE 2008).


Otros sectores se verán directamente afectados por el agravamiento de la crisis, o indirectamente por la disminución del consumo asociado a ella. El paro irá creciendo sin tregua: primero el 20%, después el 25%, después el 30%, después... mejor no imaginar. El nivel de paro será tan alto que las calles estarán llenas de gente sin nada mejor que hacer. Serán frecuentes las trifulcas y peleas, los pequeños hurtos, los robos a punta de navaja, los homicidios... A falta de una respuesta coherente de las diferentes administraciones, algunas comunidades constituirán economatos con alimentos aportados solidariamente por personas aún con empleo, donde los desempleados podrán pagar con cupones que se entregarán cada mes (al estilo de lo que ya pasa en EE UUU). Donde ésta u otras medidas similares de auxilio social no estén en marcha el malestar social será más elevado, sobre todo en poblaciones grandes. Alguna gente con mayor poder económico se hará con armas de todo tipo. Habrá peticiones recurrentes al Gobierno para que aplique la mano dura delante de episodios repetidos de violencia y de robos, que la prensa, cada vez más centrada en las cuestiones domésticas (que son más baratas de cubrir), se encargará de espolear. Al final, es posible que se acabe instaurando una dictadura más o menos explícita, pero a pesar de la mano dura los problemas no remitirán; eso sí, ya no se informará sobre ellos.


La evolución de la bolsa no será nada satisfactoria. Habrá períodos de repunte prolongados, en los que la esperanza de una próxima-pero-que-nunca-llega recuperación harán que los índices suban; pero estos periodos serán contrarrestados y superados por caídas abruptas en períodos de pocos meses. En algún momento el IBEX 35 caerá tanto que las empresas que habían hecho grandes compras avalándolas con las propias acciones que habían comprado (pignoración) se encontrarán que no pueden hacer frente a los pagos adicionales que tendrán que hacer para compensar la pérdida de valor de las acciones. En algún punto por debajo de los 6.000 puntos del IBEX 35 grandes empresas empezarán a quebrar, y en su caída arrastrarán a algunos bancos. La caída de algunas grandes empresas de servicios hará que éstos se dejen de prestar, aunque ya antes de eso tendrán muchas deficiencias porque las empresas concentrarán sus recursos financieros en pagar las compensaciones de las acciones pignoradas. En algunas zonas dejará de haber, ya antes de la caída de las empresas, electricidad, agua, gas, recogida de basura, saneamiento,... porque en una situación de degradación de infraestructuras no será económico prestar esos servicios, que además serán muy caros. Al principio serán pequeñas poblaciones y urbanizaciones aisladas donde se deje de prestar los servicios; después, serán poblaciones de tamaño mediano y, por último, serán las grandes ciudades las que se quedarán sin servicios, primero por barrios y distritos, después la ciudad entera. La falta de servicios hará la vida miserable; tendremos frío y calor; reaparecerán enfermedades olvidadas, asociadas a la falta de tratamiento del agua; la gente tendrá que improvisar hogueras para preparar los alimentos, con lo que se desencadenarán más incendios; faltará agua hasta para beber (no digamos ya para lavarse o lavar).


El populismo y los movimientos ultras cogerán fuerza con sus explicaciones ramplonas sobre “qué es lo que está pasando” y “cómo volver a la normalidad”(Declaraciones de José Mª Aznar a ABC al estilo de lo que ya pasa en EE.UU. con el Tea Party. En la medida en que el Gobierno no ponga en marcha medidas que ayuden realmente a la población (y no a los grandes lobbies menguantes), estos movimientos irán cogiendo fuerza. En el caso concreto de España, es muy probable que ciertas comunidades, como por ejemplo Cataluña, escojan vías directamente secesionistas, avivadas por la acumulación de agravios (los reales y los percibidos) durante años. Esto puede desencadenar una guerra civil de imprevisibles consecuencias, agotando los escasos recursos restantes más rápido y dañando de forma irreversible las infraestructuras.


Al decaer la capacidad recaudatoria del Estado éste tendrá que dejar de lado algunas de sus responsabilidades, con lo que acrecentará su descrédito y se adentrará en la fase 3. Los salarios de los funcionarios y de los trabajadores públicos en general quedarán congelados indefinidamente, comprometiendo su capacidad de consumo, aunque aún así durante un tiempo estarán mejor que el resto de los asalariados. Sin embargo, la inflación rampante provocada por la carestía de todo hará que en algún momento los salarios de determinados trabajadores públicos no den ni para pagar el abono-transporte (esto puede parecer una exageración, pero tengo un testimonio vivo en mi propio instituto, Mijail, que vivió esta situación en Rusia; y si no, señores, acuérdense del corralito argentino), con lo que estos trabajadores acabarán por abandonar su trabajo o por exigir “mordidas”, sobornos a cambio de “favores”, que no son otra cosa que hacer su función en condiciones normales. Mientras España permanezca en la Unión Monetaria y si los otros países no tienen un colapso avanzado, se orquestará una operación de rescate, al estilo de la que está organizándose para Grecia actualmente; en caso de no poder o no querer rescatarnos, y si nuestro colapso está más avanzado que el de ellos, o bien les arrastramos en nuestra caída o bien España será expulsada de la zona euro. En la práctica la mejor opción sería, paradójicamente, que colapsemos antes y más rápido que todos los demás; así nos rescatarían de una manera muy gravosa para nosotros. Esto nos forzaría a adaptarnos a un nivel de vida más bajo, pero aún superior al de un colapso desordenado, y abriría los ojos a la sociedad sobre la necesidad de cambiar el modo de vida. Así, quizá, estaríamos mejor preparados para la segunda parte de la caída.


Estos son algunas de las consecuencias posibles y efectos concretos del colapso, más allá de las periódicas subidas y bajadas bruscas del precio del petróleo, como ya hemnos comentado. Seguramente ésta no es una relación exhaustiva y no todo tiene por qué pasar, como ya hemos dicho.¿Es necesario seguir este camino tan penoso? Insistamos: no. Depende de nuestra inteligencia. En una conferencia reciente en el Institut dÉstudis Catalans, a cargo de Mariano Marzo y Josep Puig, éste último presentó un estudio según el cual Cataluña podría producir por medios renovables la misma cantidad de energía que consumía en 1993. Ciertamente, ésta es la mitad de la que consume hoy en día, pero como bien dice el autor, todos recordamos 1993 y no se vivía tan mal, ¿verdad? Pues ésta es la nota optimista con la que quiero cerrar un post tan negro y negativo como el de hoy. Que si queremos y ponemos esfuerzo podemos pilotar una transición menos traumática y peligrosa.



Antonio Turiel

http://crashoil.blogspot.com/2010/06/digamos-alto-y-claro-esta-crisis.html


Aparecido en Contramarcha nº 60


Mayo 2012

 

 

 

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