EL DESTROZO DEL ARBOLADO
Las podas agresivas tienen responsables

En nuestro país, la poda de árboles se confunde, muy a menudo, con algo más parecido al desmoche, una manía innecesaria que daña los árboles y genera daños, enfermedad, fealdad e inseguridad.

En estos meses de invierno es la época de la poda, y en muchas ciudades y pueblos se ven escenas de hacha y motosierra que no desmerecen en nada a los mejores éxitos del cine ‘gore’. Así es el catálogo de horrores que queda tras el paso de muchas cuadrillas de llamados “podadores”: árboles mutilados, con el tronco desmochado, desprovistos de casi todas sus ramas y, muchas veces, reducidos a una especie de candelabro fúnebre: un simple fuste con tres cortos muñones.

La escena se ha hecho tan abundante que, incluso, parece normal. De hecho, son muchos los ciudadanos que creen que es necesario podar los árboles urbanos, que éstos agradecen el corte drástico de ramas y troncos y que, incluso, crecen mejor gracias a ello, “saldrán más fuertes” afirman. Pero no es así. Todo lo contrario. Los árboles no necesitan podas. Por el contrario, sufren, se debilitan, enferman y mueren por ese trato. Esta errada y extendida costumbre deja un legado patético: árboles feos, contrahechos, que no dan ni sombra, ni belleza, ni frescor.

Simón Cortés es jardinero profesional. También es militante de Solidaridad Obrera y presidente de la Asociación para la Recuperación del Bosque Autóctono (ARBA). Cortés cree que la poda violenta daña al árbol: “Hacer un desmoche [cortar el tronco principal] o un terciado [quitar la tercera parte de las ramas o dos tercios según distintas escuelas de jardinería] es prácticamente matar el árbol. En un árbol normal lo que habría que hacer es quitar las ramas que están secas o enfermas y dejarle expresarse de forma normal. Con los cortes lo único que se hace son unas heridas muy grandes y graves por las que entran virus y hongos y al cabo del tiempo tendrás un árbol podrido que al primer viento perderá ramas o se caerá”.

Igual que él piensa Luciano Labajos, jardinero y maestro de jardineros. Lleva décadas trabajando en parques madrileños y ha publicado varios manuales sobre el oficio. Fue fundador de ARBA y es miembro de Ecologistas en Acción. Labajos coincide en el hecho de que la poda no es algo que necesiten los árboles: “Fisiológicamente el árbol no requiere poda. Lleva millones de años evolucionando sin nosotros y se defiende solo. En un bosque hay unas podas naturales. Si hay mucha sombra el árbol elimina ramas, y también se pierden otras por las heladas o la presión de los herbívoros”.

Asegura el bueno de Luciano que “las podas provocan crecimientos extraños, descompensados, y los árboles se vuelven débiles e inseguros”. El árbol desprovisto de ramas y hojas agota sus energías. Esos brotes vigorosos y rectos que aparecen en los árboles podados severamente no son muestras de vigor tras la intervención, como erróneamente se piensa, sino un intento desesperado y costoso de crear hojas a toda velocidad para no morir. El árbol mal podado pierde esperanza de vida.

Entonces, ¿por qué se podan sistemáticamente y de manera severa los árboles de las ciudades y pueblos? “Lo primero que falta es formación”, explica Simón, ya que la mayoría de los jardineros se han formado en la práctica aprendiendo “técnicas” equivocadas que aplican la poda sistemática cada invierno sin otro motivo que “porque toca”. Asegura Luciano que “las podas son un parche a un problema que se ha generado en el momento de la plantación porque no ha habido ninguna planificación”.

“Es la pescadilla que se muerde la cola”, dice Enrique Paredes, presidente de la Escuela de Paisajismo y Jardinería Castillo de Batres, el único centro español que imparte la formación universitaria de Paisajismo. “Se eligen especies de rápido crecimiento, pero también crecen mucho y enseguida sobrepasan el espacio que se les da. Los ciudadanos quieren ver árboles grandes desde el primer día, y también los políticos que cortan las cintas, pero en el pecado llevan la penitencia, porque al final están podando y podando para que no se les vaya de las manos”.

Otra eminencia botánica, el director del Departamento de Árboles Monumentales de la Diputación de Valencia, Bernabé Moya, suscribe el diagnóstico: “Claro que el árbol urbano no necesita una poda sistemática y continua de grandes ramas que lo deja transformado en una percha, pero todo esto gira alrededor del concepto clave: ¿Qué espacio tiene un árbol para desarrollarse? Si tú coges un árbol como un plátano que llega a los 40 metros de altura y los 30 a 40 de ancho y lo pones en una calle de cinco no te queda más remedio que cada poco entrar a saco y convertirlo en un esqueleto. ¿Eso se puede solucionar? Pues no. La poda ahí lo que hace es amortiguar una mala planificación, es un remedio paliativo a una situación que no debería haberse planteado”.

Según Labajos, “muchas veces quien planifica lo hace desde un punto de vista arquitectónico y entiende el árbol como un mueble de quita y pon”. “Generan espacios verdes con el AutoCAD [un programa de diseño gráfico]. Pintan un palo y una bola verde en el plano y así quieren que se quede sin tener en cuenta que es un ser vivo y que va a crecer”, dice César Javier Palacios.

Mercedes San Juan es presidenta de TREPA (Trabajadores Especializados en Poda y Arboricultura), asociación que reúne lo mejor de la profesión, artistas a 40 metros de altura que van a concursos internacionales de poda. Para ella, “terciar o desmochar un árbol no es podar, sino mutilar”. Cree que la poda es un arte que obliga a saber de botánica y de técnica y lamenta el intrusismo. “No hay la costumbre de llamar a los profesionales. Hay mucha gente que no sabe podar, pero le dan una motosierra y te lo corta todo por lo sano”, se lamenta.

Además, impera una herencia rural. En el campo y el monte sí son usuales las cortas agresivas para manejar los frutales, obtener vigas o darle ramón al ganado. Pero esos modelos, útiles para esos fines en el campo, se trasladan sin sentido alguno al arbolado de la ciudad. El resultado es desastroso, ya que lo que pedimos de ellos es sombra y belleza, no producción.

Para San Juan esos cortes que se generalizan en la ciudad debido a la proliferación de “contratas privadas especializadas en poda y tala” son “una barbaridad” y un ejemplo de lo que no hay que hacer. Sobre el papel, la política madrileña de arbolado aboga por un uso cada vez más limitado de la poda agresiva y por un cambio en el tipo de especies elegido para la ciudad. El Ayuntamiento tenía una novedosa herramienta en la web, llamada Un alcorque un árbol, para que el vecino pudiera denunciar daños o solicitar la renovación de los árboles de los alcorques de todas las aceras la ciudad. Cada árbol está cartografiado en un mapa disponible en la web con la calle y el número del edificio. Pero la realidad es otra. El árbol ha sido etiquetado como enemigo público número uno por el Ayuntamiento del cambio que sólo ve a los árboles como probables generadores de accidentes por caídas de ramas o del propio árbol.

«A mí esas mutilaciones y amputaciones me recuerdan los Desastres de la Guerra, de Goya», dice Fernando Fueyo, pintor y autor de libros ilustrados sobre la vegetación: “Nos están hurtando la belleza. Delante de mi ventana tengo dos tilos que han ido creciendo solos sin que nadie los toque y tienen una estructura perfecta, bellísima. Pero vendrá alguien a podarlos y los estropeará para siempre. Temo ese momento”.

“A mí me gustaría decir que hay esperanza”, añade Moya. “Hay que decir a los vecinos que por favor vayan a los jardines botánicos, que son el museo de los árboles, y allí es donde aprenderán sobre la rica diversidad y las formas naturales que tienen. Y que trasladen mentalmente esos árboles maravillosos a su ciudad, calle, parque o patio y piensen cómo serían con árboles así. Que vayan a los jardines botánicos y que sueñen”. Para terminar Manuel de ARBA nos anima a pelear, a no resignarnos: “hay que defender los árboles, ellos no pueden defenderse solos de las agresiones del hombre. Gritar a los podadores, protestar ante el Ayuntamiento, participar en campañas contra las podas, por la recogida y compostaje de la hoja…”. “Hay que luchar por defender el arbolado en las ciudades y los bosques en el campo, en riberas, valles y montañas. Los bosques autóctonos, no eucaliptus y pinos que incendian nuestros veranos y otoños. Si algo queremos, debemos luchar por ello. Nadie nos lo va a regalar”.

 

Aparecido en Contramarcha nº 76


Febrero 2018

 

 

 

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