La caza

LA CAZA

UN DISPARO AL CORAZÓN
DEL MEDIO AMBIENTE


La caza supone para la Naturaleza un impacto de tal envergadura que hace imposible e injustificable definirla como un deporte. La caza es una actividad que tiene como principal manifestación la muerte masiva de animales.
Basta con enumerar las prácticas que la acompañan para darnos cuenta de sus terribles impactos sobre el medio ambiente y de su innecesaria e injustificable existencia en los tiempos que vivimos. Vallados cinegéticos que limitan el movimiento de los seres vivos. Cierre de caminos y de cauces públicos. Control de depredadores, poniendo al borde de la extinción a múltiples especies. Utilización de métodos no selectivos de caza, como los cepos y los lazos. Introducción de especies exóticas. Empleo de venenos. Uso de perdigones contaminantes. Recurso de modalidades de caza, como la cetrería o la caza en emigración prenup-cial. Podríamos seguir...
Reflexionemos sobre otros datos. La práctica de la caza comenzó a generalizarse en el siglo XVI: desde entonces al menos 271 especies de vertebrados han desaparecido. El 98% del territorio del Estado español está supeditado a la actividad de cinegética; el colectivo de cazadores no alcanza el 5% de la población española. Los cotos privados hace quince años sumaban el 71% de al superficie del Estado. Además, otro 27% corresponde a diferentes zonas de caza de titular pública.
Ahora, en 2005, quizá el 100% del Estado sea territorio de caza, donde cada año se matan más de 70 millones de animales, entre abatidos legalmente, como matados por métodos no selectivos, envenenamientos (sobre todo con los perdigones de plomo), la caza furtiva y las colisiones (estrangulamientos, etc.) contra los vallados cinegéticos.
La caza tiene efectos directos sobre la fauna, el paisaje, las personas, las aguas, los suelos, la cadena trófica. En definitiva: una actividad ética y ecoló-gicamente contraria a la conservación de la Naturaleza, ante la que es imprescindible y urgente establecer algunas medidas que permitan salvaguardar la flora y la fauna.
Entre ellas, la prohibición total de: la cetrería, empleo de métodos no selectivos de caza, nuevos vallados cinegéticos, uso de perdigones de plomo, caza en las zonas húmedas protegidas y en los terrenos libres, la «media veda» y la «contrapasa». Además: obligatoriedad de un examen del cazador, regular las órdenes de veda y exigir la recogida de los cartuchos. Por supuesto, estas medidas deberían ir unidas a la elaboración de planes técnicos de caza y un sistema de sanciones eficaz.
En fin, comprenderás que tituláramos esta charla-debate como «La caza, un disparo al corazón del medio ambiente».
JOSÉ LUIS ÁLVAREZ LINAJE, ecologista, amante de la montaña y cofundador del Club Deportivo "GEOGRAPHICA", fue el ponente de esta charla-debate del día 27 de abril de 2005. Una persona que mantiene una idea, la vive y anima a vivirla. Una persona de aquellas que, en memoria de Eliseo Reclús, hace la montaña mientras ella les hace suyas.
El texto anterior es un extracto libre de su artículo «El impacto de la caza en la Naturaleza», publicado por ediciones Talasa (2001) dentro del libro Deporte y Naturaleza.


LAS AVES Y LOS SUEÑOS... El nacimiento de la SEO
En el año 1952, poco después de que el ornitólogo Francisco Bernis Madrazo y el biólogo José Antonio Valverde estuvieran en Doñana («un paraíso en la tierra», según Abel Chapman), comienzan los anillamientos de aves y, poco a poco, van tomando cuerpo las ideas protectoras. Según parece, Bernis estaba muy ofendido y obsesionado por las palabras de su colega británico Atkinson: «En España un ave es un ser comestible o no comestible. Si no lo es, resulta inconcebible que nadie se preocupe de él...» Mordaz y certero.
La primera ley para la protección de las aves es de 1896, e imponía una serie de limitaciones a la caza de tordos serranos y otras aves salvajes que les igualasen o superasen en tamaño. «Los hombres de buen corazón deben proteger la vida de los pájaros y favorecer su propagación», es la leyenda que, según su art. 2, debía estar inscrita en la fachada de los ayuntamientos. Y esta en las escuelas: «Dios premia a los niños que protegen a los pájaros, y la ley prohibe que se les cace, se destruyan sus nidos y se les quiten sus crías».
Al comenzar el siglo XX España se adhiere al Convenio de París sobre protección de pájaros útiles a la agricultura. En 1924 se aprueba una ley que protege a las aves insectívoras. Sin embargo, hasta los años ochenta del siglo pasado la matanzas de pájaros (para comer «pajaritos fritos») es una práctica muy extendida. Por ejemplo, en Jaén se mataron unos 13 millones de pájaros durante 1983.
Bien, volvamos a ese viaje por Doñana, pues sirvió para que dos años después se crease la Sociedad Española de Ornitología (SEO), la primera organización netamente conservacionista de España. Muy activa desde sus primeros días, como lo confirman los primeros números de su revista Ardeola, en los que se publican un prontuario del avifauna española y las bases para un proyecto de clasificación de las aves.
Como escribe J. Fernández en el libro suyo (El ecologismo español. Ed. Alianza, 1999) que hemos utilizado y otra vez os recomendamos: «Las aves han estado en el principio de casi todo».


LOS NIÑOS Y LA CAZA
Una mañana del año 1828, cuando sólo tenía diez años, Turgenieff, el gran escritor ruso, acompañó a su padre a una cacería. Al cruzar un campo de rastrojos, levantó el vuelo, casi a sus pies, un hermoso faisán dorado y rosa, y con el júbilo de su edad y la educación recibida, disparó su escopeta, yendo el faisán a caer mal herido junto a él. Aún en sus últimos suspiros prevaleció su instinto maternal, volando hasta su nido para cubrir con su cuerpo el de sus crías. El niño Turgenieff se avergonzó de sí mismo, por su crueldad, y en su remordimiento gritó: «¡Padre! ¿Qué hice?». Y el padre respondió: «¡Bien hecho, hijo mío! Has disparado perfectamente tu primer tiro: ¡pronto serás un cumplido cazador!»
«¡Nunca, padre! Nunca volveré a matar a ningún ser viviente. Si esto es deporte, no quiero nada de ello. La vida es para mí más hermosa que la muerte, y puesto que no puedo dar vida, no la quitaré.»
Enseñemos a los niños, en primer lugar, la insensatez, el egoísmo, la fiereza y crueldad de la caza como «deporte». Tomemos el ejemplo del niño Tugernieff, y en vez de poner en manos de un niño un escopeta para herir, martirizar o matar un animal, démosle una cámara y unos prismáticos para conocerlos y disfrutar con ellos.
(A partir del libro del escritor y pedagogo R. W. Trine, El respeto a todo ser viviente.)


EL CAZADOR CAZADO... Caza y lucha de clases
Intentemos una mirada natural y política de la caza. La especie humana es un producto de la caza. Desde sus orígenes está determinada por ella; o, si se prefiere, por la relación entre presa y depredador.
En un principio, el ser humano fue una presa más. Sólo disponer de un cerebro diferente le permitió, quizá, librarse de su destino de presa de otros animales. Pudo desarrollar estrategias y técnicas hasta conseguir ser el superdepredador o «El Cazador».
En esa primera etapa la caza es una simple captura: los hombres van agotando las reservas de especies animales que encuentran en su entorno (comida, ropa, armas, herramientas, aprovechamiento de la fuerza animal, ritos) y cambiando de entorno a medida que la reserva se agota. Era una actividad muy aleatoria: su éxito depende del azar de la presencia y de la captura (de la presa).
En una segunda etapa, la captura se dobla en crianza: otras especies son domesticadas y reproducidas en condiciones tales que no pueden evitar su destino de presas. Se elimina el azar de la caza: las «presas» siempre disponibles. La vida deja de depender de aquel azar. La especie humana se civiliza, se asienta, se fija a un territorio más reducido y aparece la primera forma de propiedad: el entorno.
La prehistoria, dicen, se hace historia. También se amplía el el repertorio de especies cazables: la especie humana será en adelante la presa privilegiada. Es el germen de la lucha de clases, motor de la Historia: una parte de la especie vivirá de la caza de la otra parte. Se trata de una caza sólo como fuerza de trabajo.
Demos un gran salto hasta nuestros días: la sociedad de consumo. Una etapa de la historia en la que todos nos creemos «cazadores» (así nos convencen en el territorio del mercado con la publicidad) mientras somos «cazados». Veamos cómo nos cazan; por segunda vez: en el consumo.
Como cazador de otros animales, el ser humano utiliza señuelos y cebos, que se basan en el carácter selectivo de la percepción. El animal percibe mediante los órganos de los sentidos los cambios del medio en que vive, pero no con todos los sentidos a la vez ni todos los cambios que se producen. Algo así le sucede al ser humano y, especialmente, en la sociedad de consumo.
El cebo y el señuelo son la sustitución de una situación o de una cosa por algo se parezca a ella, sin serlo. Un simulacro. En la sociedad de consumo cada novedad en un producto y cada nuevo producto son, en su mayoría, simulacros de cambios de productos anteriores. Así nos cazan, así somos cazados.
Así termina, de momento, la historia del cazador. La especie humana sólo podrá sobrevivir renunciando a la caza: superación de la lucha de clases (caza de hombres) y de la lucha contra la Naturaleza (caza de otros animales y destrucción del medio ambiente).

(Siempre agradecidos a Jesús Ibáñez, 1928-1992, por su aguda mirada, capaz de captar y analizar todas las aristas y los márgenes de la realidad social.)

Aparecido en Contramarcha Nº 28

Mayo 2005

 

 

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