Anselmo Lorenzo

 

Anselmo Lorenzo
LA PATRIA

 

Hablemos de la patria; es esta una idea muy manoseada; progresistas, estacionarios y regresivos, es decir, los que van adelante, los parados y los que vuelven atrás, tienen de la "patria" muy diversos conceptos; y por si falta algo para embrollar la cosa, hasta los indiferentes, los neutros y los pancistas se mezclan.

No tienen razón los llamados patriotas; y lo menos malo que puedo decir de ellos es que se dan el título por rutina, sometidos a una sugestión inconsciente; y si se atreven a replicarme, diré con Spies (anarquista asesinado en Chicago el 1º de mayo de 1888): "¡El patriotismo es el último refugio de los infames!"

"Patria y patrimonio" son ideas que tienen por origen etimológico la palabra "padre". Por tanto, a lo menos en el pensamiento de los inventores de la palabra, respecto de la de "patria" todos los que en ella nos cobijamos somos "hijos", y respecto del patrimonio somos "hermanos".

Sólo diré que de "padre, hijos y hermanos", en esto de la patria, bien sabéis o debéis saberlo, tenerlo presente y no olvidarlo jamás mientras vivamos bajo el régimen de la actual sociedad, no queda más que el nombre, y sobre la interpretación que de ella los charlatanes del patriotismo, no queda de positivo más que esta interpretación: "la patria es la propiedad", y el único que tiene el deber de ser patriota es "el propietario".

En esa triple caja que se llama "Nación, Patria, Estado", mientras los trabajadores nos hallamos despojados y desheredados, el propietario resulta único patriota de hecho. ¡Patria, patria; tierra de los padres! ¡Qué burla más sangrienta para el hombre despojado de tierra, de casa, de ciencia; privado de higiene; falto de educación; reducido al salario, y forzado aún a ser defensor y sayón de sus dominadores!

Concretándome ahora, acerca de la idea de "patria" respecto de la península que habitamos, he de hacer observar que la "patria" es elástica según las vicisitudes históricas, se estira o se encoge al compás de las peripecias que ocurren a sus dominadores.

Ha habido ocasiones en la "patria" era tan pequeña que cabía en una cueva de las montañas de Asturias, necesitando la historia, para explicar el hecho, inventar el milagro camama de Covadonga; en cambio, ha habido otras en que el sol no se ponía en los dominios de un hombre taciturno y de mal corazón llamado Felipe II, y entonces fue necesario glorificar las sangrientas usurpaciones de criminales aventureros como Pizarro y Hernán Cortés, etc.

Según en que épocas, todos los que hoy se llaman españoles eran compatriotas o extranjeros, y podrían encontrarse luchando como compañeros de armas en el mismo campo o en otros diametralmente opuestos, porque aquí las patrias han cambiado de un modo asombroso; de tal manera que si en un mapa de España hubieran de trazarse todas las fronteras que han existido, parecería un pliego de patrón de modas en que para aprovechar el papel se trazan todas las piezas de un vestido complicado, formando tanto enredo de líneas que apenas se entiende la modista.

Hemos sido todo lo que hay que ser: celtas, celtíberos, cartagineses, romanos, godos, visigodos, vándalos, suevos, alanos, hunos, árabes, según nuestros dominadores antiguos. Y según las regiones, nos hemos considerado nacionales, catalanes, aragoneses, navarros, castellanos, valencianos, andaluces, de no sé cuantos reinos. Respecto de la religión, aquí se ha adorado todo, siendo por turno paganos, mahometanos, arrianos, cristianos, católicos, protestantes. Es decir, enemigos siempre, según el gusto del mandarín de época o de lugar.

Refiriéndome ahora a lo que las patrias anteriores han dado de sí y a lo que de los españoles ha hecho la "patria" actual, creo oportunas las consideraciones siguientes. Si España en lo pasado ganó o se le concedieron brillantes calificativos, en lo actual a todos ellos ha de anteponerse un "ex" que indica que los antiguos merecimientos se hundieron en el abismo de la decadencia.

Digámoslo francamente: el régimen nacionalista es incompatible con la libertad; lo de la reforma con el cambio de monarquía a república es como la bendición de un curandero para curar la tisis.

Hay que desengañarse: una nación ha de estar siempre bajo el poder de un Poncio, ora pretenda ser representante de un supuesto ser supremo, o bien se atribuya la representación de ese pueblo soberano que es una infinidad de moléculas sin solidaridad ni cohesión, llegando a caerse en la cuenta de que derecho divino y derecho democrático son dos fases de una misma falsedad, la llamada mentira política. Ambos me niegan mi libertad absoluta, ambos desconfían de mi suficiencia moral.

Sí; correligionarios son todos los políticos, correligionarios aún esos tránsfugas de la emancipación obrera, esos socialistas que quieren un Estado obrero que llevará consigo todas las abominaciones que son esenciales al Estado, y que van hoy a los comicios.

Resulta, pues, que si la abstracción paternal con que quiere encubrirse la idea "patria" no distribuye equitativamente sus beneficios; si ante la posesión del patrimonio nacional no somos hijos ni hermanos; si el título de "ciudadano" y el calificativo de "patriota" han de comprender sin diferencia de ninguna clase a los que se hallan tan gravemente diferenciados, como que los unos son herederos favorecedores del mundo y viven en las alturas de la vida, a expensas de las privaciones y de los sufrimientos de los otros, y si la revolución social que venimos efectuando deja rezagados a todos los políticos del mundo, empeñados en el absurdo de echar vino nuevo en odres viejos, no queda más recurso que derribar las cuatro paredes que sirven de frontera a las naciones, abandonar el albergue de una noche, despabilarse revolucionariamente, y caminar.


Anselmo Lorenzo

 

 

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