LO LLAMAN ANARQUISMO, PERO... ¿LO ÉS?


150 años podrían ser un buen momento de reflexión. Lejos de volver a mirarnos el ombligo y celebrar los grandes hitos, el análisis debería ser en torno a la constatación de lo que somos, o mejor de lo que no somos. Mas que fijarnos en el “haber” de la cuestión, analizar el “debe”. Y en ese “debe”, cara a la clase obrera, hay que colocar en primerísimo lugar el gran error cometido al inicio de la contienda civil de compartir el poder con la burguesía, tanto en el Comité de Milicias en Cataluña, como en el Gobierno central de la República. Error fatal, ya que con ese “compartir el poder” el anarquismo se contagia del virus que en opinión del que esto escribe, a día de hoy no ha conseguido expulsar y que es responsable del estado de postración en que se encuentra.

Nada mas instalarse en el exilio las organizaciones que se reclaman del antiautoritarismo, comienzan las luchas intestinas por controlar los órganos de coordinación de que se dotan, para intentar desde allí favorecer la implantación de las propias ideas o entorpecer el desarrollo de las ideas y formas de los otros, es decir comienzan a utilizarse los órganos de coordinación como vulgares órganos de poder. Y lo que es peor se abandona ¿definitivamente? el comportamiento ético en los asuntos internos de las organizaciones.

En el interior de España la Organización morirá por represión (recuérdense los 19 Comités Nacionales caídos durante la dictadura), pero en el exterior será el virus autoritario del todo vale para imponer a los demás lo que cada grupo cree que es el Santo Grial, lo que hará que también se llegue a desaparecer de la vida social desde la mitad de los años sesenta.

Si en los grupos marxistas la pelea por el control basada en la idea de que la clase obrera en su conjunto ha de seguir a la vanguardia da lugar a ideas tales como “Yo soy el Partido de la Clase y he de prevalecer sobre los demás”, idea que está justificada por la doctrina, de la que se abandera cada grupo y que da lugar a situaciones harto cómicas, en el anarquismo, la lucha por “mi visión es la correcta” y los demás tienen que plegarse a mi forma de ver las cosas, que igualmente parecen poseer en la actualidad y desde la reconstrucción no solo cada grupo, sino cada individuo, es patética.

Porque si bien unos tienen su “catecismo” y su teoría de “el fin justifica los medios”, la sustitución del “catecismo” por la interpretación que hace cada grupo, y utilizar “el fin justifica los medios” para imponerla a los demás, o tratar de impedir que lo que piensan los demás triunfe, o simplemente tatar de imponer determinados acuerdos históricos que son inalterables ad eternum, es más de lo mismo; es consecuencia del virus que corroe la actuación del movimiento "antiautoritario” desde 1936/39, momento desde el que según Peirats, sustituye el cerebro por el testículo. Ese virus tiene un nombre, y ese nombre es marxismo.

Y si en el marxismo, esa lucha por la imposición hegemónica, debido a su jerarquización, y a la asunción de la jerarquía por el militante, no suele tener mayores consecuencias, en el antiautoritarismo por el contrario, la conscecuencia es siempre la misma: el desgarro y la atomización a corto plazo y la desaparición a plazo largo.

 



Desembarazarse de ese virus significa reconocer que el anarquismo no es uno sino muchos, porque si con Rafael Barrett entendemos que “anarquista es todo aquél que cree que se puede vivir sin el principio de autoridad”, qué lejos estamos del corsé de principios, tácticas y finalidades como condición sine qua non, y que lejos de que los individuos que acepten el anterior principio pudiesen llegar a intentar por todos los medios, éticos y no éticos, “impedir el paso a tal candidatura o individuo para que no nos lleven al abismo”...

Pero lo hacen.

¿Acaso García Oliver (anarcobolchevique), Pestaña (libertario neomarxista), Seguí o Peiró (sindicalistas revolucionarios), Juan López (sindicalista ¿reformista?) o Melchor Rodríguez (anarcocristiano tolstoyano)… y perdón por las etiquetas que he tenido que utilizar para simplificar, no fueron capaces de luchar bajo una misma bandera?


¿Desde cuando la pluralidad de criterios, de luchas y de organización fueron un inconveniente o un lastre para las organizaciones antiautoritarias?


¿A cuantos hemos ido dejando por el camino con los intentos mostrencos de imponer la propia visión a los demás?


¿Y hasta cuando nos va a durar la calentura?


Crescencio Carretero

Aparecido en Contramarcha nº 77 con motivo del 150 aniversario del anarquismo en España


Julio 2018

 

 

 

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