Una revolucion a medias:

Los hechos de mayo y la crisis del anarquismo

por Chris Ealham

 

Ceux qui font des révolutions à moitié n’ont fait que se creuser un tombeau.
(Aquellos que hacen revoluciones a medias no hacen más que cavarse una tumba)

Louis Antoine de Saint-Just: Discurso a la Convención Nacional. 3 de marzo de 1794

 

 

La culpa de lo que ocurre no hay que achacarlo a los políticos burgueses, pues, a fin de cuentas defienden una posición peculiar. Los culpables de que la revolución no haya barrido a los enemigos de la clase trabajadora hay que buscarlos en las filas obreras, quienes por poca decisión en los primeros momentos, han permitido que las fuerzas contrarrevolucionarias hayan alcanzado un volumen tan cuantioso que costará mucho reducirlos.

Jaume Balius: “Hagamos la revolución”.
Ideas, número 15. 8 de abril de 1937

 

Hay una clara tendencia en las memorias de líderes anarquistas de los años treinta a atribuir la destrucción de la revolución española y la derrota en la guerra civil a las maquinaciones estalinistas y al rol jugado por el PCE y el PSUC, dentro de lo cual la “provocación” de los hechos de mayo es un momento clave.1 Es indiscutible que una alianza estalinista-republicana se enfrentaba sistemáticamente a la revolución española, pero el discurso posterior de los líderes anarquistas oculta su postura y papel durante la guerra civil y su connivencia en el asalto contra la revolución de julio.

La revolución de julio estaba hecha a medias. El poder estatal se desplomó con el golpe militar-fascista, y miles de obreros catalanes y españoles respondieron a la nueva situación política con una revolución que era, en muchos sentidos, más profunda y popular que la revolución rusa. El poder inicial de la revolución consistía en una red laberíntica de comités de barriada y grupos de obreros armados (patrullas obreras y milicias). Sin embargo, a diferencia de las revoluciones francesa y rusa, la revolución española no destruyó el viejo aparato del Estado ni logró generar ninguna otra institución revolucionaria.2 El poder naciente de esta serie de micropoderes locales chocaba con la oposición doctrinal que los anarquistas mantenían hacia el Estado, lo que hizo que se resistiesen a formar nuevos órganos de poder político.3 Así, mientras profundas energías revolucionarias eran dueñas de las calles, el 21 de Julio una asamblea improvisada de militantes del movimiento libertario catalán en Barcelona se comprometía a la “colaboración democrática” con los republicanos con el objetivo de lograr la unidad en la guerra contra el fascismo. Los líderes de la CNT-FAI no tenían ningún plan para tomar el poder del Estado, o para organizar estructuras políticas revolucionarias y no estaban preparados para imponer un nuevo ordenamiento político-revolucionario. En cambio, entendiendo que el orden republicano y sus prohombres eran impotentes, los anarquistas simplemente ignoraron el andamiaje del viejo Estado. Así que, el 21 de Julio la CNT-FAI aceptó una “oferta” de Lluís Companys de compartir el poder con los partidos del Frente Popular en el Comité Central de Milicies Antifeixistes de Catalunya (CCMAC), un nuevo organismo compuesto de políticos pro-republicanos y sindicatos que debería organizar la lucha para recapturar los territorios donde el golpe había triunfado.4 El CCMAC, que tenía la apariencia de un organismo revolucionario, era un gobierno interclasista dominado por los sindicatos, y un ministerio de la Guerra en todo salvo en el nombre, que permitía participar a los anarquistas en el poder sin comprometer aparentemente sus principios antiestatales5

Políticamente ésta fue la primera de las muchas ocasiones en que los líderes de la CNT-FAI, inexpertos en el juego político parlamentario, pero plenamente comprometidos con la idea de la “colaboración democrática”, fueron objeto de maniobras excluyentes en los meses anteriores a mayo del 37. En realidad, para los defensores del Estado republicano, la creación del CCMAC ofrecía un respiro al cambio político revolucionario: la Generalitat y el Estado republicano, aunque eclipsados por el CCMAC y los micropoderes obreros durante julio y agosto, sobrevivieron a la revolución y siempre mantuvieron su existencia legal.

Entre julio del 36 y mayo del 37 la cuestión pendiente sobre el poder político creó una situación intrínsecamente inestable dentro de la zona republicana que conduciría directamente a la confrontación directa entre un poder disperso obrero y el poder cada vez más reconstituido del Estado republicano. Dos procesos se producían simultáneamente: por un lado la disipación de las energías revolucionarias de Julio del 36 debido a la ausencia de estructuras capaces de canalizarlas, y por otro la reconstrucción del Estado republicano Forzosamente, la lógica de la guerra requería la creación de una autoridad central que dirigiese la lucha contra la reacción. Ante la ausencia de una estructura política revolucionaria capaz de canalizar las energías populares en la lucha contra el fascismo, el Estado republicano-burgués asumió un papel coordinador cada vez más importante. En efecto, la jerarquía anarquista aceptaba y se confabulaba para la reconstrucción del Estado burgués “desde arriba” por razones de guerra. Tras haber arrastrado a la CNT-FAI a la “colaboración democrática” del Frente Popular en julio, la dirección anarquista se vio obligada a convivir con las fuerzas políticas existentes en un “pacto antifascista”. Esta situación dio lugar a una serie de compromisos que facilitaron la aparición de polos de poder contrarrevolucionarios, que culminarían en la reconstitución del viejo Estado y, simultáneamente, en la erosión de la autoridad de los comités revolucionarios locales. En este sentido, el periodo del CCMAC (julio-septiembre), cuando el fervor revolucionario estaba en su punto más álgido, supuso un respiro para los partidarios del poder republicano, que se dedicaron a reforzar poco a poco la autoridad del Estado tras su colapso en julio. Así, el CCMAC dio el primer paso hacia la centralización del poder, asumiendo un control total sobre la distribución, la justicia, el orden público y la defensa militar, áreas que habían estado durante un breve periodo de tiempo bajo la jurisdicción de los comités revolucionarios locales. Aunque éstos seguirían teniendo bastante importancia y autoridad en el ámbito local, cuerpos armados como las patrullas obreras perdieron su autonomía.

El siguiente compromiso de im-portancia asumido por los líderes anarquistas tuvo lugar a finales de septiembre de 1936. Ante la presión de sus “aliados” antifascistas para reemplazar el CCMAC por una Generalitat reconstituida, la dirección de la CNT-FAI aceptó la oferta de Companys de tres ministerios en el nuevo gobierno frentepopulista de la Generalitat.6 Cuando el 26 de septiembre, los ministros anarquistas asumieron sus cargos en el gobierno catalán, contrajeron una obligación a través de la responsabilidad colectiva con los otros partidos del Frente Popular, incluyendo a los republicanos de clase media. Aunque, por razones internas, la dirección de la CNT-FAI disfrazó su papel gubernamental con un discurso maximalista, intentando incluso hacer pasar a la Generalitat por un organismo revolucionario de cara a sus bases, en realidad aceptó sin contemplaciones la lógica colaboracionista del Frente Popular, que implicaba la contención de la revolución para preservar la unidad ministerial.7

Constreñidos por sus responsabilidades gubernamentales, los ministros anar-quistas, se convirtieron en espectadores pasivos de la destrucción de los cambios revolucionarios de julio. En octubre de 1936, la Generalitat publicó dos decretos que, oficialmente al menos, confirmaban el poder del Estado sobre la revolución. El primero disolvió los comités revolucionarios dominados por los afiliados de la CNT, reemplazándolos por Consejos Municipales, cuyos miembros eran nombrados por todos los partidos del Frente Popular y no elegidos por la democracia directa.8 Por otra parte, el segundo decreto “legalizó” las colectivizaciones revolucionarias, lo que en la práctica reforzó el poder de la Generalitat sobre la economía. Mientras que en las zonas más revolucionarias, y/o en aquéllas donde los grupos republicanos y los partidos del Frente Popular eran débiles, no se hizo caso de estos decretos centralizadores, estos fueron un paso importante en la reconstrucción del Estado republicano. Tras unirse a la Generalitat, ya nada impedía la entrada de la CNT-FAI en el gobierno central ese mes de noviembre. Solidaridad Obrera resumía las tendencias reformistas de los líderes anarquistas haciendo referencia al hecho de que un gobierno con ministros anarquistas “ha dejado de ser una fuerza para la opresión de la clase trabajadora, así como el Estado no representa ya el organismo que separa a la sociedad en clases”9

Después de años de apoliticismo y/o antipoliticismo, los líderes anarquistas se mostraron obsesionados con la alta política aunque actuaron de manera muy ingenua, con una ausencia total de visión estratégica. Un buen ejemplo era la crisis del gobierno de la Generalitat en diciembre de 1936 provocado por los ataques del PSUC contra el POUM. Esta campaña contra el POUM era una ataque contra la revolución; en aquellos momentos la CNT era todavía demasiado poderosa, pero los comunistas disidentes eran el ala izquierda vulnerable de la Generalitat. En vez de cerrar filas con el POUM, el único aliado revolucionario posible de la CNT-FAI dentro de la Generalitat, los ministros anarquistas adoptan una posición neutral en la que solo veían una “riña de familia”, enfocándolo como una forma de conflicto entre comunistas pro-Moscú y antiestalinistas, mientras ignoraban el contenido real, que estaba ligado a cuestiones de poder que habían quedado en el aire desde la revolución de julio. Así que, los ministros anarquistas se cruzaron de brazos ante la expulsión del gobierno del POUM, algo que aceptaron a cambio de un aumento de la representación de la CNT-FAI en el gobierno.10 Satisfechos sin duda con su incremento de poder en este organismo, los ministros anarquistas ignoraron el hecho de que con la subsecuente remodelación de la Generalitat, el PSUC  ahora poseía el control de la distribución de alimentos y del orden público. Así el 17 de diciembre, Joan Comorera se convirtió en Consejero de Abastos y poco después el 25 de diciembre, Eusebio Rodríguez Salas era nombrado Comisario General de Orden Público. Aunque las condiciones para una confrontación entre Estado y revolución habían existido desde julio, ahora dos de los actores claves de los hechos de mayo, entraron en escena.

 

Barricadas al comienzo de las Ramblas



El respeto de los ministros anarquistas para la disciplina gubernamental y la alianza antifascista contrastaba radicalmente con la agresividad que los partidarios más fervientes del Frente Popular mostraron en la reconstrucción del estado republicano. Con la ERC desacreditada por su fracaso en evitar la revolución de julio desde el poder y la aparente debilidad de Companys ante la CNT-FAI, el PSUC galvanizó la oposición a la revolución. A diferencia de la ERC, que utilizaba la diplomacia para meter en cintura a los anarquistas, el PSUC tenía la voluntad política para enfrentarse a la izquierda revolucionaria. A través de sus denuncias vociferantes sobre el “desorden” de la revolución, los estalinistas articularon una nueva ideología del orden, aumentando su base social entre las clases medias –pequeños capitalistas, tenderos y la policía y el ejército catalanes-, que, desde la revolución de julio, se habían sentido indefensos. El PSUC también creció de forma considerable entre los rabassaires, los agricultores arrendatarios y los pequeños propietarios locales, que irónicamente eran el equivalente español más cercano de los kulaks. Así, a finales de 1937, cerca de 10.000 campesinos catalanes se habían unido al PSUC y pagaban su cuota, en total una cuarta parte de la afiliación del partido.11 Para la coordinación de los esfuerzos antirrevolucionarios de sus partidarios, los militantes del PSUC formaron el GEPCI (Gremis i Entitats de Petits Comerciants i Industrials), un grupo de presión conservador formado por 18.000 tenderos y pequeños comerciantes, que solicitaron la vuelta del mercado libre. La base social del PSUC hizo de éste un partido único dentro de la Comintern; cuando fue fundado, la inmensa mayoría de los obreros catalanes estaban ya organizados en la CNT, y por tanto, las clases medias y otros estratos intermedios representados por la GEPCI eran la única opción de crecimiento del partido comunista catalán.  En consecuencia Criticón, una publicación satírica anarquista, bromeaba con el hecho de que dada la extracción social de sus miembros, el PSUC no podría esperar que sus afiliados leyeran El Capital de Carlos Marx, y que por tanto debían publicar una versión adaptada a su situación con un título más encantador: El pequeño capital.12 Dado que los sectores sociales que entraron en el PSUC carecían de poder movilizador en las calles y estaban acostumbradas a expresarse políticamente a través de los canales gubernamentales convencionales, no es de extrañar que se sintiesen atraídas por la estrategia estalinista de reconstrucción del aparato estatal republicano. La confianza creciente de estos grupos en afrontar las posiciones revolucionarias y defender el libre mercado llegó a romper la inestable unidad antifascista.

Los ataques contra la revolución crecieron a partir de la crisis de diciembre y en proporción directa a la pasividad de la jerarquía anarquista. Poco después de su nombramiento de diciembre, Comorera, como Consejero de Abastos  de la Generalitat, racionó el pan por primera vez desde julio. A pesar de los problemas ocasionados por la llegada de un número creciente de refugiados a Cataluña, la leal defensa de Comorera de los tenderos y propietarios agrícolas incrementó la inflación e irónicamente favoreció los equivalentes locales de los “Nepman” tan virulentamente perseguidos en la Unión Soviética en ese momento. En enero de 1937 las políticas de distribución del pan estaban claramente polarizadas. El POUM, no sin justificación, culpaba de la escasez de comida y de las colas del pan a la política de libre mercado de Comorera. En respuesta Comorera y el PSUC  identificaban la cuestión del hambre con la revolución, atribuyendo la escasez de alimentos a la multiplicidad de comités revolucionarios y las actividades de los grupos de trabajadores armados y hacía una llamada a un aumento del control gubernamental13 Mientras tanto, en febrero, los estalinistas mantuvieron el ímpetu de su campaña por una “autoridad única”, organizando una protesta del cuerpo policial contra las patrullas de control.14

En los primeros meses de 1937 la tensión se agudizó y tuvieron lugar una serie de violentos enfrentamientos entre grupos armados rivales en lo que era una guerra intermitente en Cataluña entre las fuerzas estatales reorganizadas y los poderes revolucionarios en dispersión. Aurelio Fernández, un destacado anarquista de las patrullas de control, advirtió proféticamente tras su destitución que la agitación del PSUC sobre la escasez de alimentos “podría provocar una guerra civil en Cataluña”15 Si bien no es fácil atribuir estos choques a ningún grupo en particular, ciertamente el cliché de revolucionarios incontrolados no puede sostenerse en el caso de enfrentamientos armados en que los anarquistas resultaban heridos o morían como el presidente de las Juventudes Libertarias en Centelles, cuyo cuerpo se encontró mutilado. Lo que estos enfrentamientos significaban era que el inestable equilibrio que duraba desde julio se estaba ahora resquebrajando. Y para los cada vez más confiados defensores del Estado republicano ésta era una prueba adicional de la necesidad de racionalizar estructuras de mando y centralizar el poder del Estado.

Imprevisiblemente, la resistencia a la resurrección del viejo Estado vino de las bases de la CNT-FAI más que de sus dirigentes. A principios de 1937 la oposición cuajó entre los comités revolucionarios locales aún activos, los comités de defensa cenetistas y las patrullas; también adquirió expresión organizada a través de ciertos sectores del movimiento anarquista y de los movimientos juveniles del POUM, que organizaron una asamblea de 14.000 jóvenes revolucionarios en Barcelona en febrero de 1937, produciéndose una serie de llamamientos a favor de un Frente Revolucionario Juvenil.16 Este aumento del sentimiento revolucionario respondía a la frustración popular por el hecho de que las concesiones económicas y políticas de los líderes de la CNT-FAI desde julio de 1936, no hubiesen resultado en victorias en los campos de batalla.

La oposición revolucionaria tenía además un fundamento material: ganó ímpetu en torno al aumento de la inflación que había incrementado el coste de ciertos alimentos básicos en un 100 por ciento en los seis meses de guerra civil, lo que afectaba sobre todo a los sectores más pobres de la sociedad urbana. Los revolucionarios atribuían la inflación a la avaricia de los pequeños capitalistas organizados en el GEPCI y protegidos por el PSUC, a los que se acusó, y no sin justificación, de acumular cosechas para aumentar los precios. Atestiguando la ruptura entre la economía urbana y la rural, grupos de obreros armados y miembros de las patrullas de control empezaron a requisar cosechas en el campo.17 Dada la defensa por parte del PSUC de los derechos de los pequeños propietarios rurales, estas actividades atizaron las tensiones entre las fuerzas de seguridad estatales y los grupos de obreros armados.

En términos políticos, la más importante oposición que surgió del movimiento anarquista fueron “Los Amigos de Durruti”, un grupo que se formó a comienzos de marzo del 37 y que contaba alrededor de mil milicianos que abandonaron el frente de Aragón con sus armas en protesta por la militarización de la lucha antifranquista. Los Amigos de Durruti criticaron a los dirigentes de la CNT-FAI por volver la espalda al “concepto de la revolución” después de julio y por su gubernamentalismo. En su lugar los amigos defendían un control proletario del ejército y la policía, la supresión de los Cuerpos de Seguridad del Estado y los “parlamentos burgueses” (en que los anarquistas estaban todavía representados).

Pese a los argumentos a favor de una “segunda revolución”,18 la oposición revolucionaria no llegó a ser más que un movimiento defensivo, interesado principalmente en frenar el asalto del Estado republicano al poder de los comités locales y las patrullas obreras. Sin embargo, incluso como alianza defensiva, la oposición revolucionaria era un desafío directo a la reconstrucción del poder estatal. Así, a lo largo de la primavera, el PSUC y los republicanos aumentaron la intensidad de su campaña política en contra de lo que quedaba de la revolución de julio. Esto culminó el 3 de marzo cuando un decreto de la Generalitat pretendió disolver todos los comités revolucionarios locales y desarmar las patrullas de trabajadores, así como traspasar el control de la frontera francesa a las fuerzas del Estado. Habiendo emergido lentamente de las sombras de la revolución, el Estado estaba ahora preparado para reclamar su derecho histórico al monopolio de la fuerza armada. Una fuerza que había sido anulada en julio cuando los trabajadores se armaron a sí mismos para derrotar el golpe.

Los ministros de la CNT-FAI, que habían sido instados por sus colegas ministeriales a cumplir el decreto bajo la amenaza de ser excluidos de la Generalitat,  finalmente abandonaron el gobierno. Más que un indicio de que estos ministros estaban preparados para tomar una postura contra la erosión del poder popular, su postura reflejaba un obstinado apoyo a la línea del Frente Popular que habían seguido desde julio, y su ingenua visión de que las patrullas de trabajadores podrían coexistir junto a los cuerpos de seguridad del Estado. Los líderes de la CNT-FAI tampoco tenían un plan alternativo a la colaboración gubernamental y tras esta protesta simbólica, volvieron a la Generalitat a mediados de abril. Con la vuelta al gobierno de la CNT-FAI y compartiendo la responsabilidad colectiva en las iniciativas de la Generalitat, el controvertido decreto que había estado en suspenso desde la crisis de marzo, se reintrodujo el 27 de abril, con lo que los ministros de la CNT-FAI  transigieron otra vez, aceptando el desarme de los últimos vestigios del poder revolucionario. Se dieron 48 horas a las patrullas obreras par entregar sus armas a la policía del Estado. La tensión alcanzó ahora un punto álgido y se produjeron enfrentamientos entre la policía y los trabajadores, en un intento de ambos grupos armados de desarmarse mutuamente.19

La Generalitat prohibió entonces las celebraciones del Primero de Mayo, argumentando que la tensión en Barcelona era demasiado intensa. Dada la fuerza de las tradiciones obreras en la ciudad, esta decisión puede ser interpretada como una provocación por parte del gobierno. Ciertamente, la prohibición de la concentración del Primero de Mayo no ayudó a solventar los conflictos callejeros entre el poder obrero armado y las fuerzas de represión republicana y dos días más tarde, el 3 de mayo de 1937, estallaron en Barcelona los “hechos de mayo”.

La gota que colmó el vaso fue el intento de la policía catalana de hacerse con el control de la central telefónica; llevó a un punto crítico las tensiones latentes entre la policía estatal, por un lado, y las patrullas, el POUM y los militantes anarquistas de los comités revolucionarios locales por el otro. Barcelona quedó dividida en dos; los barris se aislaron del resto de la ciudad a través de una red de barricadas protegidas por obreros armados, mientras que 2.000 agentes de policía, junto a las unidades armadas del PSUC, controlaron con cierta inestabilidad los principales edificios municipales y administrativos del centro de la ciudad, como el palacio de la Generalitat, a pesar de que ésta estaba al alcance de las baterías antiaéreas en manos de la CNT en Montjuich.

Aunque los días de mayo pueden ser vistos como una victoria militar de los sectores más radicales de la clase trabajadora barcelonesa, en realidad representan una derrota política que refleja asimismo la de la revolución de julio. Pese a que los revolucionarios tenían ventaja en Barcelona y, de hecho, en casi toda Cataluña, sus movilizaciones carecieron de coordinación; cuando los anarquistas radicales y los poumistas tomaron las calles y se hicieron con el control de los distritos obreros, como en Julio y en los meses siguientes, no existía un órgano capaz de canalizar la energía revolucionaria contra el Estado.20 Los líderes de la CNT-FAI seguían atrapados en la lógica colaboracionista del Frente Popular, rechazaban la invitación del POUM para crear un frente obrero revolucionario y nuevas estructuras políticas capaces de reprimir los enemigos de la revolución.21 Mientras tanto, adoptaban una postura conciliadora desde el comienzo de la lucha, usando toda su influencia con los militantes en los barrios y en las patrullas obreras para poner fin al conflicto y derribar las barricadas. (Es muy llamativo que el líder anarquista, Diego Abad de Santillán, pasase la crisis de mayo en el Palau de la Generalitat, muy lejos de las luchas callejeras).22

 

Barricadas en el Paralelo. Feudo amigos Durruti

Barricadas en el Paralelo. Feudo de los amigos de Durruti



Bajo la presión de los lideres anarquistas, las barricadas fueron abandonadas y el 7 de mayo las patrullas de control aceptaron la autoridad de la Generalitat. Al pedir el desmantelamiento de las barricadas, los líderes de la CNT estaban entregando su principal fuente de poder, que se encontraba en las calles. Las promesas de Companys de que no habría “ni vencedores, ni vencidos” carecieron de valor.23 Cuando la lucha llegó a su fin, se procedió a la erradicación de lo que quedaba del poder revolucionario de julio: en el mismo mes de mayo, los comités revolucionarios y las patrullas de control eran disueltas por decretos gubernamentales, haciendo uso de la fuerza cuando fue necesario.24 El poder de los barris y la revolución había llegado a su fin y, en la opinión de Criticón, se imponía “la dictadura de los tenderos de la UGT”. 25

Con los restos de las barricadas aún en las calles, los líderes anarquistas tuvieron que pasar a la defensiva pues, para gran sorpresa suya, les expulsaron de la Generalitat, tal y como había ocurrido con el POUM seis meses antes, y en el mismo mes de mayo la CNT-FAI también se quedó fuera del gobierno central. Los partidos republicanos y estalinistas ya no necesitaban a los jefes anarquistas, quienes no tardaron en darse cuenta de que no habían obtenido las garantías necesarias durante la tregua que puso fin al conflicto de mayo, otro ejemplo de su ingenuidad política. Sin embargo el idealismo de los líderes de la CNT-FAI era tal que continuaron exigiendo la dimisión de su cargo a Rodríguez Salas a quien hacían responsable de los acontecimientos de mayo,26 sin querer asumir que las luchas callejeras eran el resultado inevitable de las contradicciones de sus compromisos políticos desde julio del 36.

El resultado de los hechos de mayo también fue una victoria para el poder central. Cataluña alcanzó la mayor independencia en su historia contemporánea gracias a la revolución de julio –la ironía es que a esta revolución se opusieron los nacionalistas de ERC y los catalanistas del PSUC, que minaban el experimento, y su política ayudaba la extensión del poder central.

Para concluir, las luchas de mayo fueron un movimiento de protesta contra la erosión del poder revolucionario que, al igual que la insurrección popular contra el golpe militar del mes de julio anterior, carecía de dirección política clara. Fue una protesta fragmentada localmente sin ningún punto focal de oposición real a la reconstrucción del Estado. El estalinismo y sus aliados republicanos avanzaban la fórmula de un mando único, mientras dentro del mayoritario movimiento anarquista solo los Amigos de Durruti llegaron a proponer un mando único revolucionario pero ya era demasiado tarde y los Amigos se quedaban aislados dentro del movimiento libertario. Políticamente mucha de la oposición anarquista no poseía una apreciación clara de los acontecimientos, considerando, por ejemplo, la creciente tensión entre el POUM y el PSUC de la misma forma que los líderes de la CNT-FAI, como una “guerra entre hermanos”,27 o “la querella entre Stalin y Trotsky”,28 y  no como la lucha sobre el futuro de la revolución. Por otra parte, mientras muchos anarquistas radicales estaban dispuestos a unirse al POUM en las calles, se mantuvieron extremadamente hostiles a su política. Además en el movimiento libertario la oposición a los líderes era de carácter defensivo, pues se temía cualquier acción que pudiera causar una ruptura en la CNT-FAI. Finalmente esta misma oposición  si bien era hostil a las concesiones de líderes de la CNT-FAI, frecuentemente compartía su reformismo, defendiendo la dimisión de figuras políticas claves de sus cargos, como si eso fuera suficiente para acabar con “la quiebra de la revolución española”.29 En muchos sentidos esta “quiebra” venía de antes, resultado de la pobreza teórica de la izquierda revolucionaria, algo que famosamente resumían Los Amigos de Durruti:

La CNT estaba huérfana de teoría revolucionaria. No teníamos un programa correcto. No sabíamos a donde íbamos…y por no saber qué hacer entregamos la revolución en bandeja a la burguesía.30

De este modo, es imposible entender los sucesos de mayo sin un análisis de la crisis política del movimiento libertario durante la guerra.

Notas

1 Vease, por ejemplo, Ricardo Sanz, El sindicalismo y la política, Toulouse: Dulaurier, 1966, 268, 269, 293, 304-5; Juan García Oliver, El eco de los pasos. El anarcosindicalismo...en la calle...en el Comité de Milicias...en el gobierno...en el exilio, Barcelona: Ruedo Ibérico, 1978, 419-20, 425
2 Franz Borkenau, State and Revolution in the Paris Commune, the Russian Revolution, and the Spanish Civil War, The Sociological Review, 29, 1, 1937, 41-75
3 La Batalla, 6 de agosto y 17 de septiembre de 1936 y 1 de mayo de 1937
4 García Oliver, El eco de los pasos, 177-94
5 César Lorenzo, Los anarquistas españoles y el poder, Paris: Ruedo Ibérico, 1972, pp. 81-8
6 El CCMAC fue disuelto el 3 de octubre de 1936 (Solidaridad Obrera, 2 de octubre de 1936).
7 La Batalla, 23 de septiembre, 1 y 24 de octubre de 1936;
Solidaridad Obrera, 27-29 de septiembre de 1936
8 Butlettí Oficial de la Generalitat, 17 de octubre de 1936
9 Solidaridad Obrera, 4 de octubre de 1936
10 Solidaridad Obrera, 16-17 de diciembre de 1936; Diari de Barcelona, 9 y 16 de diciembre de 1936; La Humanitat, 13 de diciembre de 1936
11 Andreu Mayayo i Artal, ‘Els militants: els senyals lluminosos de l’organització’, L’Avenç, 95, 1986, 46
12 Criticón, 19 de junio de 1937
13 Treball, 5 de enero, 2 de febrero y 13 de abril de 1937
14 Diari de Barcelona, 9 de febrero de 1937
15 Diari de Barcelona, 9 de febrero de 1937
16 Ruta, 16 de febrero y 9 de marzo de 1937; Nosotros, 9 y 14 de abril de 1937; Acracia, 10 y 28 de abril de 1937; Ideas, 7 de enero y 11 de marzo de 1937
17 Diari de Barcelona, 8 de enero y 9 de febrero de 1937; La Batalla, 1 y 5 de enero y 30 de marzo de 1937
18 Ideas, 8 de abril de 1937; Agrupación Los Amigos de Durruti, Hacia la nueva revolución,
Barcelona: Etcétera, 1997
19 La Humanitat, 30-31 de abril de 1937
20 Los Amigos de Durruti, un grupo anarquista disidente, lanzó una serie de eslogans desde las barricadas pero carecía de influencia para poner en cuestión la postura conciliadora de la jerarquía cenetista y faísta. Véase Agustín Guillamón, ‘Los Amigos de Durruti, 1937-1939’, Balance, 3, 1994 y Miquel Amorós, La revolución traicionada. La verdadera historia de Balius y Los Amigos de Durruti,
Barcelona: Virus, 2003
21 La Batalla 30 de abril y 1 de mayo de 1937
22 Diego Abad de Santillán, Por qué perdimos la guerra, Madrid: Del Toro, 1975, 165-6
23 Citado en Pierre Broué, La revolución española, Barcelona: Anagrama, 1977, 135
24 Solidaridad Obrera, 16 de mayo de 1937; Diari Oficial de la Generalitat de Catalunya, 5 de junio de 1937; Tierra y Libertad, 12 de junio de 1937
25 Criticón, 19 de junio de 1937
26 Boletín de Información de la CNT-FAI, 17 de mayo de 1937
27 Ruta, 11 de febrero de 1937
28 Abel Paz, Viaje al pasado, Barcelona: Edición del autor, 1995, 93
29 Ruta, 25 de marzo de 1937
30 Agrupación Los Amigos de Durruti, Hacia la nueva revolución, 22

 

 

Aparecido en El solidario 14


Otoño 2008

 

 

 

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