El viernes, 11 de diciembre de 2015 se celebró la fiesta de entrega de premios del XIII Certamen de Relato Breve “Un Metro de 350 palabras…”
En esta ocasión la fiesta se desarrolló en el nuevo local de la librería Traficantes de Sueños sito en la Calle Duque de Alba, 13; al lado de Tirso de Molina. Una librería con aire antiguo que va a robar el corazón a más de un amante de los libros.
A todos los participantes, premiados o no, les agradecemos el esfuerzo realizado y animamos a continuar escribiendo y participando en próximos certámenes.
PRIMER CLASIFICADO “UN CHICO CON SUERTE” (Carmen Huertas Díez)
SEGUNDO CLASIFICADO “TRES EN LINEA” (Jesús María Gutiérrez Calzada)
TERCER CLASIFICADO “EL PENSADOR DE RODIN” (José Luis de la Morena Villoria)
CUARTO CLASIFICADO “SEGUNDA PERSONA SINGULAR” (Manuel Fernández Suárez)
QUINTO CLASIFICADO “UN DÍA CUAQUIERA” (Juan Carlos Magán Fernández)
Un chico con suerte
Mi hermano tiene mucha suerte. Es autista. Por eso le han comprado un portátil para él solo. En el cole, ni le mandan deberes ni estudiar y tampoco le ponen notas. Le cortan el pelo dos veces al año porque no le gusta y a mí una vez al mes, me guste o no. Y el año pasado, en Eurodisney se montó en todo lo que quiso, sin hacer ni una sola cola. Definitivamente, ¡es un suertudo!
Compartimos habitación y, cada noche, hasta quedarnos dormidos –él cogido de mi mano-, Me recita de memoria los diálogos de Toy Story. Mi película favorita. Y por las tardes, cuando acabo mis deberes, nos divertimos con La Risa Loca. Como Abel no sabe jugar a lo que yo juego, se lo ha inventado para que podamos hacerlo juntos. Hay que decir estaciones del metro encadenadas mientras nos reímos sin parar. Gana él, porque se sabe el plano de memoria.
Tía Carmen siempre le llama para preguntarle algún itinerario.
-Abel, ¿cómo voy de Fuencarral a Embajadores?
– Fuencarrrrrral, línea 10. Próxima estación Plaza de España corrrrrrrespondencia con líneas 2 y 3. Transbordo línea 3. Próxima estación Embajadores corrrrrespondencia con línea 5 y cercanías Rrrrrrenfe.
¡Atención! Estación en currrrrva al salir tengan cuidado para no introducir el pie entre coche y andén.
Se lo sabe enterito aunque no puede viajar en él. Un día lo intentamos, pero el ruido de los trenes al entrar en el andén le asustó. Salió corriendo empujando a la gente, que le miraba con cara de espanto. “No es peligroso” –decía yo mientras corría tras él-. “Sólo tiene miedo”. No hemos vuelto a hacerlo.
Ayer quise gastarle una broma:
-Abel, ¿Cómo voy de Canal hasta La Risa Loca?
-¡No existe!
-¿Qué no existe? Pues habrá que decirle al jefe del metro que la ponga inmediatamente.
-Si…… como Vodafone-Sol. Barrio del Pilarrrrrrr-La Risa Loca.
¡Qué listo es! Ha cambiado de nombre nuestra estación, así puede ir a La Risa Loca sin coger el metro. Cada día me enseña algo nuevo. La verdad es que ¡yo sí que soy un chico con suerte!
TRES EN LINEA
Me desperté acostado sobre una manta junto a mi madre. Me incorpore y creció en mi desconcierto cuando vi cientos de personas que como nosotros se encontraban tirados en el suelo. Las mujeres se tragaban el llanto mientras acariciaban a sus hijos dormidos. Los hombres en pie formaban pequeños círculos en tertulias de silencio, solo fumaban, con la mirada perdida, esperando. No se escucha una voz. El instinto me impidió preguntar nada. Mi madre me tranquilizo con su sonrisa y me apretó contra su pecho. Pasado el peligro, salimos temblorosos. En la calle se desbordaron las lágrimas y los abrazos, sabedores de que era el principio. Varios días después sonaron las sirenas y corrimos de nuevo al metropolitano. Allí conocí a Federico, tenía siete años, apenas uno más que yo, pero parecía mayor, me sacaba dos cabezas y ya vestía pantalón largo. Armado con una tiza, se acercó y me retó al tres en línea. No me atreví a confesar que no sabía jugar y me senté con él. Me dio tres piedras y sacó con orgullo sus tres perras chicas de la suerte.
-Tú sales- me dijo.
Cuando me levanté para salir de allí se echó a reír.
-No sabes jugar, ¿verdad?-
-No- respondí avergonzado.
-Tienes suerte chaval, te va a enseñar al campeón de la República.-
Nos pasamos los días de bombardeo jugando, riendo, ajenos al miedo.
-…Lafuente por la izquierda se la pasa a Gorostiza, éste a Bata que engaña a su adversario y por la derecha Iraragorri, libre de marca, recibe y…¡tres en lineaaaaaa!- Federico retransmitía las jugadas como si fueran partidos del Athletic Club, su equipo del alma y desde entonces también el mío.
Una madrugada llegaron las bombas a nuestro barrio, las sirenas avisaron demasiado tarde. Logramos llegar al refugio entre el caos. Esperé junto a la estrella de tiza pero Fede no apareció.
-Estará en otra estación- me animó mi madre con una sonrisa.
Asomado al borde del andén, tengo ochenta y cinco años, tres piedras, y una tiza y un sueño:
Reencontrarme con Fede y retarle a la final.
TRES EN LÍNEA
Me desperté acostado sobre una manta junto a mi madre. Me incorporé y creció mi desconcierto cuando vi cientos de personas que como nosotros se encontraban tirados en el suelo. Las mujeres se tragaban el llanto mientras acariciaban a sus hijos dormidos. Los hombres en pie formaban pequeños círculos en tertulias de silencio, solo fumaban, con la mirada perdida, esperando. No se escuchaba una voz. El instinto me impidió preguntar nada. Mi madre me tranquilizó con su sonrisa y me apretó contra su pecho. Pasado el peligro, salimos temblorosos. En la calle se desbordaron las lágrimas y los abrazos, sabedores de que era el principio. Varios días después sonaron las sirenas y corrimos de nuevo al metropolitano. Allí conocí a Federico, tenía siete años, apenas uno más que yo, pero parecía mayor, me sacaba dos cabezas y ya vestía pantalón largo. Armado con una tiza, se acercó y me retó al tres en línea. No me atreví a confesar que no sabía jugar y me senté con él. Me dio tres piedras y sacó con orgullo sus tres perras chicas de la suerte.
–Tú sales- me dijo.
Cuando me levanté para salir de allí se echó a reír.
-No sabes jugar, ¿verdad?-
– No- respondí avergonzado.
– Tienes suerte chaval, te va a enseñar el campeón de la República.-
Nos pasamos los días de bombardeo jugando, riendo, ajenos al miedo.
-…Lafuente por la izquierda se la pasa a Gorostiza, éste a Bata que engaña a su adversario y por la derecha Iraragorri, libre de marca, recibe y…¡tres en líneaaaa!- Federico retransmitía las jugadas como si fueran partidos del Athletic Club, su equipo del alma y desde entonces también el mío.
Una madrugada llegaron las bombas a nuestro barrio, las sirenas avisaron demasiado tarde. Logramos llegar al refugio entre el caos. Esperé junto a la estrella de tiza pero Fede no apareció.
– Estará en otra estación- me animó mi madre con su sonrisa.
Asomado al borde del andén, tengo ochenta y cinco años, tres piedras, una tiza y un sueño: reencontrarme con Fede y retarle a la final.
Segunda persona del singular
Ibas incómodo, disimulabas naturalidad. Se veía que querías aparentar normalidad, pretendías ir como siempre habías ido.
No recuerdas cuando comenzaste a llevar camisetas reivindicativas. ¿mil novecientos noventa? Es posible. Antes notabas que llamabas la atención solo cuando los pasos te llevaban por el barrio de Salamanca o zonas especialmente burguesas.
Nada comparable con lo que sucede ahora. Desde que el gobierno de Ciudadanos C´s tomo el poder, en solitario, todo cambio. Estas harto de ver sus grupos de bienestar ciudadano con su vestimenta naranja vigilando a todas horas y por todos lados.
Hoy llevas una camiseta antinuclear que te pareció menos comprometida y que creías que no provocaría su ira. Sin embargo, mira cómo te rodean en el andén para que nadie te la vea; observa sus miradas de alerta máxima de peligro antisistema, y eso que estas en la línea 1, la de más baja exigencia según decreto el Gobierno.
Ya ni se te ocurre ponerte la de Libertad Sindical, ni la de anticárceles o la de solidaridad con el pueblo palestino. Ya tienes antecedentes intolerantes y no soportarías quince días formando parte de las patrullas de bienestar, y no es lo peor vestirse con esa indumentaria naranja, lo peor es que, a pesar tuyo, terminas mirando a los demás como ellos te están mirando a ti ahora mismo.
Puente de Vallecas, has llegado al fin, la patrulla te acompaña a la salida, no han avisado a la patrulla de barrio. La antinuclear no está considerada peligrosa en Vallecas. Respira…. Eres libre.
Un día cualquiera
Por indefinición, el amor, es una puerta que se abre de un vagón de metro, esperando a que la atraviesen unos ojos que te buscan y que te encuentran.
Es un boca perdida, en la nada, de metro, que escupe al ángel que esperabas, incansable, y que sube desde los infiernos de negros túneles subterráneos.
Es un roce de manos desnudas, de la mujer con la que sueñas, y con la que no despertaste, pero que se apea en tu misma estación, siempre, cada día, a la misma hora. Es, ese preciso instante.
Por indefinición, el amor, es un andén sin despedidas, en el que dos amantes se funden, incapaces de olvidarse.
Es una sonrisa devuelta que, en aquel cruce de escaleras mecánicas entre distintas líneas, por mirarle fijamente a sus ojos, finalmente ganaste.
Es un pasillo donde, irremediablemente, bailamos nuestra canción que, ese músico, en propia versión, interpreta.
Por indefinición, el amor, es un ciego que, todas las mañanas reconoce el perfume que lo guía, el tacto suave que lo reconstruye, y el timbre, de la inconfundible voz, que le desea los buenos días, de una mujer, la del vestíbulo, cuyo cuerpo se imagina. Y que se marcha anhelante.
Es una pareja de ancianos, felizmente casados, agarrados de la mano, esperando un tren que ya pasó, y que no reconocen, que les devolvió sus cuerpos setenta años más viejos, mientras miran a dos veinteañeros enamorados que acaban de subir al mismo tren al que ya subieron hace medio siglo.
Por indefinición, el amor, son unos versos rotos que se arrojan desde el voladizo del andén a las vías, en un vano y cobarde intento de fuga por medio del suicidio, con la loca esperanza de olvidar, para siempre, a quien fueron escritos, aquella noche, bajo una tenue luz de vela. Pero, estos, ascendiendo como globos de helio, se elevan más allá de la catenaria para no ser arrollados, cuando, en una estación sin cobertura, suena milagrosamente el teléfono, y es ella con un:
– “Maldita sea, ¡Te amo! Y, ¿por qué no decirlo?… indefinidamente”.