PRIMER PREMIO
LA PRÓXIMA ESTACIÓN
El frío día acompaña mis pasos por las calles de la ciudad. Rara vez se ve el cielo azul; aunque no haya nubes, los humos se encargan de ocultarlo. La hoja del almanaque, reminiscencia romántica del pasado, marca el 17 de noviembre de 2087.
Saltando vallas y muros, correteando calles desiertas y sucias, atravesando plazas y eriales que en su tiempo fueron jardines, me dirijo a las escaleras, ocultando disimuladamente mi rostro a las cámaras de la ciudad video vigilada. El sonido de los motores de los drones y vehículos policiales altera el silencio de la ciudad dormida. Sólo las luces en los edificios delatan la presencia humana.
Desciendo rápido por las escaleras ocultas tras una puerta disimulada y llego al túnel sombrío del Metro. Es un camino conocido, aunque sólo por algunos, unos pocos; la mayoría de la gente sólo conoce su existencia por los documentales históricos de la televisión oficial.
Mi optimismo nervioso hace que mis pasos se muevan rápidamente. Recorro los túneles hasta la estación fantasma donde decenas de convecinos empiezan a entrar en los vagones abandonados. Las decenas se convierten en centenares y cada vez hay menos sitio, rostros arrugados, mujeres, hombres, niños.
Nunca pensé que acudiría tanta gente a la asamblea.
La euforia crece según escuchamos a las diferentes personas hablar. Una sensación de estar haciendo historia nace en mi interior. Algo está cambiando, parece que despertamos del letargo de años de miedo y represión. Hay aplausos y vítores, abrazos y lágrimas. Se atisba la esperanza reflejada en los rostros.
De pronto, un sonido atronador de disparos conmociona a los presentes. Policías armados disparan contra todos, gritos, sangre, miedo, dolor. Un reducido grupo de jóvenes consigue esconderse en un escapadero del túnel suburbano. Llevan consigo la esperanza.
Toco mi vientre, siento frío, mis manos se empapan de sangre, cierro los ojos.
Próxima estación Esperanza. El viajero que a diario comparte conmigo el rutinario recorrido en el tren suburbano me despierta con una sonrisa para avisarme de que hemos llegado a mi estación.
AUTOR: RAFAEL VELARDE IGLESIAS
SEGUNDO PREMIO
SIN TITULO
Tarde tras tarde, día tras día, mis horas se hacen interminables, el tiempo no avanza, queda estancado recordándome cada segundo, cada momento lo que soy, donde estoy, lo triste que es mi situación y lo poco que está por venir. Bajo todas las tardes al Metro, es mi fuente de distracción. Me siento en el mismo banco, a la misma hora, y en la misma postura durante exactamente el mismo tiempo, es mi fuente de penurias.
Ante los enormes publicitarios veo, observo, a esa pareja de adolescentes que se despiden todas las tardes a la salida del instituto entre besos, baile de hormonas y un gesto de “luego te llamo”, 3 personas asiáticas que descienden cargadas de rosas y luces que se distribuyen las zonas y coordinan su nuevo punto de encuentro, ese grupos de europeos cargados de maletas, cámara fotográfica al cuello, mapa en mano y discutiendo entre ellos por la dirección a tomar, el matrimonio cincuentón que siempre tienen la misma discusión mientras corre a la siguiente estación, trabajadores reflectantes encargados del mantenimiento de la línea, 2 mochileras que caminan corriendo sin saber por qué, ejecutivos con traje y maletín conectados en todo momento a su móvil de última generación, músicos y malabaristas en busca de monedas por su arte, jóvenes raperos que aprovechan cualquier ocasión para ensayar sus nuevos pasos y mejorar sus nuevos temas, niños estudiantes, actores de teatro, madres agotadas, viajeros incansables, ricos arruinados, pobres mejorados, paseantes, vividores, soñadores…todos, todos ellos pasan ante mis ojos, ante mi mirada perdida, recordándome que es la vida, eso es estar vivo. Todos ellos son mi fuente de energía, de la que salgo a alimentarme tarde tras tarde hasta que me decida a dar el paso y salir para ser yo quien empiece a vivir.
AUTOR: EVA SANTA TECLA DÍAZ
TERCER PREMIO
TRIPLE
Balanceaba las piernas, cuando el talón de su pie derecho golpeó un bulto bajo el banco. Apartó la mochila para sondear el terreno y se topó con una cartera de piel. Sin dudarlo, Cosme se agachó para cogerla y la sopesó sin saber qué hacer con ella.
“¿Tendrá mucho dinero?”, se preguntó. Le vendrían bien unos euros para pasar el fin de semana, pues, desde el lunes, había derrochado en chuches la paga de sus padres. El azar, que le había hecho perder el metro, le ofrecía ahora su cara más amable, un rostro bañado en oro con el que podría comprar algo de ropa, música, un juego de ordenador, un par de películas y quizá un libro para Laura. ¿Daría para tanto?
Un sudor frio le humedeció la frente. Dejo pasar el metro y, nervioso, se dirigió a las escaleras mecánicas. Cuando alcanzó el vestíbulo, vigilo sus espaldas y flancos antes de sacar la cartera, y revisó, inquieto, su contenido: junto a la documentación, que indicaba que pertenecía a una tal Ludmila Grabowlsky, había cincuenta euros. En el compartimento del dinero, Cosme también encontró la copia de una carta certificada que la mujer había enviado a Cracovia esa misma semana; en el remite, figura su número de teléfono.
El chico resolvió que lo mejor sería llamarla, pero justo en ese momento una mano le cerró los ojos por detrás y le preguntó: “¿Quién soy?”. Cosme se zafó de las anteojeras y se dio la vuelta. Era Laura. Vivía muy cerca de allí.
-¿Qué haces?
-Nada, esperando a un amigo… – mintió Cosme.
-Nos vemos el lunes en clase de lengua, ¿Vale?
-Vale… -dudó el chico-. Oye, ¿te parece que vayamos al cine mañana? Ponen una en 3-D. ¡Tiene que molar! Y luego nos podemos tomar una hamburguesa…
-No sé… Esta noche tengo un cumple y me temo que mis padres no están por la labor de soltarme más pasta.
-¡Yo te invito! – exclamó Cosme.
Dos minutos más tarde, el muchacho encestaba la cartera de Ludmila, ya sin un euro, en la papelera.
-Triple –musitó avergonzado.
AUTOR: ALBERTO DE FRUTOS DÁVALOS
CUARTO PREMIO
SIN TÍTULO
…Me desperté sobresaltada… ¡Que sueño más profundo! ¡Otra vez a mi lado un desconocido!
Esto de despertarse cada día con un hombre diferente al lado se está convirtiendo en una costumbre.
No puede ser, tengo que cambiar de vida, ser más responsable y dormir más.
El hombre que está a mi lado me mira sin decir nada. ¿Cuánto tiempo llevará observándome?
Si por lo menos él estuviese dormido podría irme sin que se diera cuenta.
¡Ni me había fijado en lo guapo que es! Seguro que se llama Javier…todos los hombres guapos que conozco se llaman así.
Me separo de él con cuidado. ¡Estaba dormida en su hombro! Cuando lo hago, él se masajea el brazo como si se le hubiese dormido por mi culpa.
No me atrevo a decirle nada ¿Qué se le puede decir a una persona de la que no sabes nada? No conoces sus gustos, su edad, su vida y ni siquiera su nombre…bueno, su nombre sí…Javier.
¡Tengo que madurar! Al fin y al cabo ya tengo veintiocho años. Como dice mi madre: “yo a tu edad ya os había parido a tu hermano y a ti”.
Para disimular mi vergüenza cojo el móvil y miro la hora… llego de sobra a trabajar. ¡Menos mal!
Miro los whatsapp y no tengo ni uno. ¡Nadie se acuerda de mí!… tantos amigos y tantos grupos para que ninguno me mande un triste video que me haga sonreír.
Me estoy deprimiendo yo sola y aún no ha empezado la jornada.
Voy a mandar un whatsapp a Marian, que se levanta pronto. Ella es la única que me comprende; para eso están las amigas.
-Hola
-Q tal?
-Voy en el metro a trabajar, ya me he vuelto a dormir y me he despertado apoyada en el hombro de un desconocido.
-Ya te valeeeee!!!!
-Lo sé… Tengo que empezar a acostarme más pronto para que no vuelva a pasar
Se oye por la megafonía: “Próxima estación Henares”
-Te dejo Marian, q ya he llegado
Le lanzo un beso a Javier, que me mira asombrado y salgo del metro.
AUTOR: NOA
QUINTO PREMIO
ABDUL
Quizás llegue el día, porque llegará, que ya no le vea salir a las 6:40h. por la estación del metro, cargado de bolsas llenas de pequeñas cosas para vender, para poder subsistir.
Me saluda, le saludo. Hablamos diferentes idiomas, pero con los gestos, con miradas, nos entendemos. Él es afgano, nacionalidad española, 87 años, como reza el cartel de cartón que coloca al lado de sus cosas para vender y poder subsistir.
¡Buenos días Abdul!… con gestos me devuelve el saludo.
¿Cómo estas Abdul?… Regulín, regulan me dice con un ademán de sus mano envejecidas.
Imaginaros un sabio de más allá de oriente con barba blanca, con gorra afgana, mirada inteligente, poca estatura, de gran fortaleza y con la sonrisa siempre a punto. Cerrad los ojos y vedlo, merece la pena.
Apenas sabe castellano, yo tampoco afgano, pero nos comunicamos, siempre me quiere regalar algo de lo que vende (pilas, pelotas de tenis, abanicos, carterillas, etc…) me ofrece lo que tiene, yo le digo: “Gracias Abdul, pero mejor véndelo”. Algunas personas le saludan, le compran, le traen algo caliente en los días de frio, tiene la capacidad de transmitir sensaciones positivas con su gesto y sonrisa.
Cuando no le veo me siento preocupado, los que lo conocemos nos preguntamos: ¿sabes algo de Abdul?…”No ayer no vino, me dijo que tenía médico”, le veo un poco jodio. Pero pasan días y por fin vuelve y me alegra el dia. ¿Qué tal Abdul?… “Regulín, regulan” me gesticula con sus manos envejecidas.
Ha cogido la buena costumbre de dar de comer pan mojado a los gorriones, lo deja a unos metros de él, y los gorriones se han acercado más y más, con la confianza de que a él no le tienen que tener miedo. Cuando Abdul no viene, los pájaros esperan, posados sobre la barandilla, hasta que se dan cuenta que hoy no tienen desayuno y se van a desayunar a otro lugar.
Llegará el día, porque llegará… que ya no nos veamos.
AUTOR: FELIX MARTÍNEZ BARCA