En 2016 publiqué un libro titulado Colapso. La tesis principal que defendía en sus páginas señalaba que el horizonte de un colapso general del sistema que padecemos se vincula ante todo con dos grandes cuestiones: el cambio climático, por un lado, y el agotamiento de las materias primas energéticas, por el otro. Agregaba, eso sí, que en modo alguno cabía descartar la influencia de otros factores que, aparentemente secundarios, podían oficiar, sin embargo, como multiplicadores de las tensiones. Y entre ellos mencionaba, por cierto, el peso de epidemias y pandemias.
Aunque el balance que cabe registrar en estas horas tiene que ser por fuerza provisional, me parece que se abre camino un escenario llamativo. Ello es así –creo yo- por dos razones. La primera llama la atención sobre el peso de esos factores aparentemente secundarios y, de manera más precisa, sobre el ímpetu acumulado que parecen exhibir. En un principio fue, ciertamente, la pandemia. Pero a ella se han sumado, con enorme rapidez e intensidad, los efectos de una fractura social de perfiles inabarcables, los de la crisis, cada vez más visible, de los cuidados, los de una zozobra financiera que anuncia conflictos por doquier y, por dejarlo ahí, los de otra pandemia, ahora de carácter represivo-autoritario, que parece haber llegado para quedarse. No está de más que, al amparo de esta acumulación de circunstancias, se sugiera, cautelosamente, que si esto que tenemos delante de los ojos no es el colapso propiamente dicho, nos sitúa, sin embargo, en la antesala de este último.
Voy, con todo, a por la segunda de las razones que invocaba. La gran paradoja del momento presente es que las reglas que han venido marcando el derrotero de las dos grandes cuestiones que mencionaba en mi libro –el cambio climático y el agotamiento de las materias primas energéticas- han cambiado, cierto que de manera liviana, para bien. Sabido es que los niveles de contaminación han reculado en casi todo el planeta, que lo ha hecho también el consumo de combustibles fósiles y que la agresiva turistificación de los últimos años ha experimentado un freno brutal. Aunque todo, o casi todo, anuncia que estos tres procesos exhiben un carácter pasajero, tienen la virtud de recordarnos que es posible, que es urgente, mover las piezas de manera diferente.
De ello no parecen haber tomado nota ni los organismos internacionales, ni los gobiernos, ni los empresarios, ni el sindicalismo claudicante. La apuesta de todas estas instancias lo es hoy, con descaro, por un retorno al escenario anterior al del coronavirus. En muchos casos, tal vez la mayoría, el retorno acarrearía, por añadidura, un retroceso más, el enésimo, en el terreno social, en el laboral, en el de los cuidados y en el represivo. Esa apuesta, universal, de los poderes realmente existentes significa, obscenamente, que las grandes cuestiones vinculadas con el colapso quedarán aparcadas una vez más en provecho de una nueva huida hacia adelante. Inequívocamente, esta última se traducirá en el empleo de una formidable maquinaria mediática al servicio del proyecto correspondiente. Sólo una escueta minoría ha entendido, entre tanto, que éste es el momento de alentar transformaciones radicales que nos permitan -no ya esquivar el colapso, algo que acaso no está a nuestro alcance- adentrarnos en una sociedad nueva basada en la autocontención, en el respeto del medio natural, en una redistribución radical de la riqueza y en el final de una era, la del antropoceno, indeleblemente marcada por la miseria del capitalismo.
Alguien pensará, con criterio respetable, que un proyecto tan radical como el que propongo está de más en un escenario marcado por el sinfín de problemas, de toda índole, que en estas horas nos acosan. A manera de respuesta me limitaré a recuperar un dato, muy esclarecedor, que ha corrido por ahí los últimos días. Según un trabajo recogido en la revista Forbes, la reducción en la contaminación registrada en China en los últimos meses parece llamada a salvar 77.000 vidas, una cifra 25 veces superior a la de las víctimas oficialmente reconocidas, en ese país, de resultas del coronavirus. De que pensar, ¿verdad?