Por José Luis Carretero Miramar – 04/12/2020
La República Popular China y otros catorce países de Asia firmaron, la semana pasada, el Tratado que da forma a la Asociación Económica Integral Regional (o RCEP, por sus siglas en inglés). Este acuerdo multilateral asiático constituye una gigantesca área de intercambio comercial. Un enorme paso adelante para la estrategia china de edificar un espacio económico integrado en el Pacífico, e interconectarlo con el resto del mundo por medio de su Iniciativa de la Nueva Ruta y Cinturón de la Seda.
El RCEP abarca casi un tercio del PIB global y a cerca de 2.200 millones de consumidores. Japón, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda, Indonesia, Tailandia, Singapur, Malasia, Vietnam, Filipinas, Camboya, Myanmar, Laos, Brunei y China, se comprometen a crear una gran área de intercambio económico con un PIB conjunto de 26 billones de dólares (que podemos comparar con los 19 billones de PIB del conjunto de la UE). La India decidió finalmente quedarse fuera del acuerdo, sin descartar oficialmente que pueda firmarlo en el futuro.
El Tratado implica una sustancial rebaja de los aranceles aplicados al 90 % de las mercancías intercambiadas entre los países signatarios y una decidida simplificación de las normativas que determinan el origen de los productos. No incorpora exigencias medioambientales ni medidas laborales. Permite a China presentarse como el adalid principal de la continuidad del proceso de globalización, y adoptar una posición central en la construcción de una gran área de libre comercio en la zona del mundo (Asia-Pacífico) que se espera que represente el 60 % del crecimiento del PIB global en la próxima década.
La República Popular China obtiene una notoria victoria económica y política con la firma de este Tratado. Su economía es la única, entre las principales potencias, que sigue creciendo pese a la pandemia. Se asegura una dinámica de puertas abiertas en la zona comercial más dinámica del planeta, y edifica las bases para la interconexión entre la misma y las grandes rutas comerciales (la llamada Nueva Ruta y Cinturón de la Seda) que ha empezado a construir con el resto del mundo, en un esfuerzo inversor descomunal.
China ha sabido aprovechar el vacío creado por las políticas proteccionistas de Donald Trump, negociando con paciencia las bases de este Tratado, mientras los norteamericanos descafeinaban la propuesta de gran Tratado Trans-Pacífico (TPP) presentada por Obama.
El TPP fue el intento de Estados Unidos de adelantarse a China en el proceso de apertura comercial del Pacífico. Dejaba fuera a la República Popular, ya que lo que intentaba, precisamente, era aislarla y hacer vascular el centro económico del área hacia Estados Unidos. Donald Trump, sin embargo, decidió dejarlo de lado al iniciar su mandato y centrarse en una guerra comercial con China que aún no ha terminado. La República Popular ha aprovechado su oportunidad para presentarse como la líder indiscutida del multilateralismo en Asia.
El escenario político y económico global parece adentrarse en una nueva “guerra fría”, de tintes esencialmente comerciales, entre la potencia declinante (Estados Unidos) y sus aliados, y la potencia emergente (China) y sus socios mercantiles. Estados Unidos presiona a China apoyando los movimientos separatistas y prodemocráticos en Hong Kong y otros lugares (Tíbet, Xinjiang); imponiendo a sus aliados el veto a Huawei y ZTE en el despliegue de las redes 5G; deteniendo a científicos y estudiantes chinos afincados en Estados Unidos; estableciendo aranceles y bloqueos contra los productos tecnológicos que pueden sustentar el desarrollo chino en las áreas de la Inteligencia Artificial, el Big Data, la conectividad o la automatización; realizando visitas oficiales y despliegues militares en Taiwán, para provocar a los dirigentes del PCCh; y firmando tratados de cooperación en materia de Defensa y realizando maniobras militares con los ejércitos de los países asiáticos más propensos a enfrentarse a China, como las recientes maniobras “Malabar” implementadas por el Ejército norteamericano conjuntamente con las Fuerzas Armadas de la India y Japón, que resucitan, tras más de 13 años, la alianza “Quad”, calificado por el Ministerio de Exteriores chino como “la OTAN del Indo-Pacífico”.
China, por su parte, ha aprovechado el reciente “aislacionismo” norteamericano para extender sus redes comerciales, embarcada en el ambicioso proyecto de la “Franja Económica de la Ruta de Seda y la Ruta de la Seda Marítima del siglo XXI”, consistente en una red de corredores comerciales de alcance global, que conectarían las fábricas chinas con los mercados de Europa, África, América Latina y Asia Central. Un proyecto que implica mastodónticas inversiones, para cuya financiación China está preparando una red de fondos binacionales y un gran Fondo aportado en su totalidad por entidades chinas. Además, se ha empeñado en desarrollar nuevas instituciones multilaterales como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII), del que forman parte ya más de 100 países. El BAII, sólo superado en tamaño por el Banco Mundial, tiene como socios a 4 miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, 15 miembros del G20 y 5 del G7 (todos menos Japón y Estados Unidos), pero su principal accionista (con cerca del 20 % del capital) es el gigante asiático.
El Tratado que da forma a la Asociación Económica Integral Regional (o RCEP) continúa la misma línea estratégica. La República Popular apuesta por el multilateralismo y una “globalización alternativa”, en la idea de que la interdependencia económica con sus países vecinos (como Vietnam o Filipinas), pesará finalmente más en sus políticas que las recurrentes fricciones fronterizas en el Mar de China y que la presión norteamericana.
La última reunión del Comité Central del Partido Comunista Chino, a finales del mes de octubre, delinea las líneas maestras de su XIV Plan Quinquenal, basadas en la teoría de la llamada “circulación dual”, que apuesta por el desarrollo de una clase media interna capaz de sustituir el consumo occidental a la hora de realizar las mercancías producidas por el mayor taller global. China intenta, paralelamente (de ahí la idea de la circulación “dual”) expandir y desarrollar su mercado de consumo interno y mantener abierta su economía para poder mantener el crecimiento y diversificación de sus exportaciones.
Para todo ello, China precisa convertirse en una potencia tecnológica de primer orden, lo que garantizaría su acceso privilegiado a los sectores económicos de mayor valor añadido y su soberanía productiva. Este es un objetico estratégico fundamental de la dirigencia china: hacerse con el liderazgo de los sectores más avanzados de la industria moderna, en medio de la Gran Transformación productiva que representa la llamada Cuarta Revolución Industrial. Para ello, China apuesta por el crecimiento de sus grandes empresas tecnológicas, por la financiación pública de los procesos y ecosistemas de innovación y por la participación del Estado chino en todos los organismos internacionales de homologación y normalización de la producción industrial, que determinarán los estándares futuros de interoperabilidad entre los productos tecnológicos.
Estados Unidos trata de bloquear este proceso de desarrollo tecnológico estableciendo aranceles, vetando toda entrega de suministros estratégicos a la industria avanzada china, presionando a sus aliados para que no contraten con las empresas chinas y saqueando a las empresas tecnológicas del país asiático afincadas en Norteamérica (como pretende hacer con TikTok). La llegada al poder del nuevo presidente norteamericano (Joe Biden) difícilmente significará un cambio en este proceso de conflicto creciente entre las dos grandes potencias de nuestro tiempo. El Partido Demócrata comparte la visión estratégica trumpista sobre China: el país asiático es “el enemigo a batir”. El único rival que realmente puede poner en cuestión la hegemonía global norteamericana en las próximas décadas.
Este gran conflicto planetario que se avecina, aunque se mantenga como una sucesión de presiones políticas y económicas que no lleguen a alcanzar el estadio militar, tendrá sin duda enormes consecuencias para nuestro futuro. Es posible pensar en una gran “desconexión tecnológica” global que implique un mundo tecnológico, y un internet, no interoperable y dividido entre los que usen los estándares tecnológicos occidentales y los que usen los chinos. También es pensable una Unión Europea desdibujándose y quebrándose sin fin, al quedar atrapada en un conflicto ajeno sin poder ejercitar una política exterior autónoma ni implementar un proceso de avance tecnológico soberano.
La “Gran Pugna” entre el Imperio declinante y el nuevo poder emergente se produce, además, sobre el fondo del proceso continuado de crisis interdependientes que sacuden al sistema capitalista en las últimas décadas (la crisis ecológica, las recurrentes crisis financieras, la crisis sanitaria, la crisis cultural…). Y sobre el proceso paralelo de despliegue de una nueva Gran Transformación productiva y tecnológica (la llamada Cuarta Revolución Industrial).
Son muchas tensiones, contradicciones, sacudidas, bifurcaciones, ambigüedades, conflictos…El futuro se abre ante nosotros como un abismo al que no queda más remedio que saltar, sin saber si hay paracaídas, ni hacia donde nos llevará. Como, más o menos, decía el mismísimo fundador de la República Popular China: “todo es caos bajo el cielo, la situación es inmejorable, pero sólo si, mientras tanto, estás organizando tu propia fuerza”.