XVIII CERTAMEN DE RELATO BREVE “RAIMUNDO ALONSO” Un Metro de 350 palabras.
Publicamos los relatos premiados. En el aviso 120 publicamos el primer premio. En este aviso el 2º premio, que tiene la novedad de haber sido presentado en la lengua asturiana, lo publicamos también en castellano.
SEGUNDO PREMIO: DE MADERA (asturiano)
Taba acabante de cumplir sesenta años la primer vegada que montó nesi tresporte al que llamaben metro. Na so tierra d’orixe aquello nun esistía, Vicente nun taba avezáu a eses modernidaes más propies de les grandes capitales europees que d’una aldea asturiana. Sorrió, camentando que, por munches comodidaes que les ciudaes pudieren ufri-y, él nun dexaría nunca la vida en pueblu.
Garráu de la mano la muyer, entamó a fixar los güeyos nes persones que los acompañaben nel vagón. Un neñu, que nun cunta con abonda altura como pa picar al botón, llora ensin que nadie lu contemple. Una rapaza d’unos quince años ta de pies xunto a la que paez ser so ma, que s’alcuentra sofitada nunu d’aquellos asientos incómodos de madera. Esi señor yá vieyu, que nun mira al futuru con llercia, sinón con calma, al qu’un triángulu coloráu-y ocupa parte de la camisa.
Vicente, alloriáu de tanto pensar nes posibles vides de toos aquellos rostros que tan familiares-y resultaben, xiró la cabeza buscando que los sos güeyos s’atoparen colos de la muyer. Quedó ablucáu al ver qu’ella nun taba ellí, al acolumbrar que la muyer que lu garraba de la mano yera so madre. Quixo llamala, pero’l xestu seriu qu’amosaba, xunto a aquella ropa que compartía col restu de persones qu’enllenaben el vagón y con él mesmu, nun-y lo permitió. Sintió cómo’l corazón entamaba a movese más rápido, cómo les alcordances escomenzaben a inundar la so mente, cómo les llárimes-y percorríen los papos.
Espertó d’aquella especie de suañu, otra vuelta garráu a la muyer. El sabor saláu del sudu nervioso llegó-y a los llabios. Alendó tranquilu. Acababa de fuxir, neto que ficiera en 1943, d’aquel tren de madera que tenía la muerte como únicu destín.
DE MADERA (castellano)
Acababa de cumplir sesenta años la primera vez que subió en ese transporte al que llamaban metro. En su tierra de origen aquello no existía. Vicente no estaba acostumbrado a esas modernidades más propias de las grandes capitales europeas que de una aldea asturiana. Sonrió, pensando que, por muchas comodidades que las ciudades le pudieran ofrecer, él no dejaría nunca su vida en el pueblo.
Cogido de la mano de su mujer, empezó a fijar los ojos en las personas que los acompañaban en el vagón. Un niño, que no cuenta con la suficiente altura como para tocar el botón, llora sin que nadie lo contemple. Una chica de unos quince años está de pie junto a la que parece ser su madre, que se encuentra apoyada en uno de aquellos asientos incómodos de madera. Ese señor ya viejo, que no mira al futuro con miedo, sino con calma, al que un triángulo rojo le ocupa parte de la camisa.
Vicente, agobiado de tanto pensar en las posibles vidas de todos aquellos rostros que tan familiares le resultaban, giró la cabeza buscando que sus ojos se encontraran con los de su mujer. Se quedó sorprendido al ver que ella no estaba allí, al observar que la mujer que lo cogía de la mano era su madre. Quiso llamarla, pero el gesto serio que mostraba, junto a aquella ropa que compartía con el resto de las personas que llenaban el vagón y con él mismo, no se lo permitió. Sintió cómo su corazón empezaba a moverse más rápido, cómo los recuerdos comenzaban a inundar su mente, cómo las lágrimas recorrían sus mejillas.
Despertó de aquella especie de sueño, otra vez cogido de su mujer. El sabor salado del sudor nervioso llegó a sus labios. Respiró tranquilo. Acababa de huir, al igual que hiciera en 1943, de aquel tren de madera que tenía la muerte como único destino.
Autor Pelayo Martínez Obay
Madrid, 29 de diciembre de 2020
Por Solidaridad Obrera
LA JUNTA SINDICAL