V Certamen de RELATO BREVE

“Un metro de 350 palabras”

 

 

Organizado por SOLIDARIDAD OBRERA

 

 

PREMIADOS 2007

 

Primer premio:

“Tap, tap, tap, tap…”

Raúl Castander Guzmán

Segundo premio:

“El otro”

Mª Sol Gómez Arteaga

Tercer premio:

“La locura es exceso de cordura”

Elia González Reina

Cuarto premio:

“Un minuto”

Rafael González López

Quinto premio

“Transporte público versus Amor”

María Velasco González

 

Estos relatos, que serán publicados a comienzos de 2008: primero en un Contramarcha y después, junto a los relatos premiados desde el año 2003, en un libro de relatos.

 

Desde que comenzamos este sendero dedicado a la imaginación y la pasión de leer y escribir, la participación ha crecido año tras año. Solidaridad Obrera agradece a todos los que habéis presentado un relato y a todos los que os habéis animado a escribir. Seguid haciéndolo. ¡Salud!

 

Madrid, 27 de diciembre de 2007

 

 

 

Primer Premio:

TAP, TAP, TAP, TAP

Raúl Castander Guzmán

 

 

Ya hace casi 6 meses y empiezo a cansarme. Cuando mamá se empeñó en que tenía que aprender guitarra no pensé que me fuera a doler más el pie que la mano. Qué manía tiene el profe de que marquemos el ritmo, y de que lo mejor es que aprovechemos cualquier momento, como ahora, sentado en el vagón del metro, en las diez estaciones que recorro cada mañana a la ida, y cada tarde a la vuelta, mientras papá dormita sentado a mi lado.

Antes se quejaba del ruido que meto y lo pesadito que me pongo con el piececito, ni se queja ya de lo lejos que está el colegio, pero, al igual que yo con la guitarra, él tampoco se atrevió a contradecir a mamá. La verdad es que al principio era lento, despacito, pero con la práctica cada vez voy más deprisa. Mis pies se mueven como locos, siempre en el mismo sitio, en el mismo tornillo del suelo del vagón. Tap-Tap-Tap-Tap. Aunque desde hace unos días suena distinto, más bien clonc-clonc, y hoy en concreto suena más metálico, clic-clic. Me recuerda a los platos de la batería de Carlitos, qué envidia, él puede aporrear sin parar en clase. Me gusta más este sonido, más deprisa, más deprisa, clic-clic-clic-clic. Browmmmmmmmm.

Todo se llena de humo, el vagón se para en seco. Me agarro a papá para no rodar. Se abre el vagón y salimos corriendo.

Después en casa me entero por papá de que se ha caído el motor del vagón por la rotura de un tornillo y de que hemos tenido suerte porque siempre vamos sentados justo encima. No duermo en toda la noche pensando: “Seguro que ese tornillo es el que me sirve de batería, me acusarán de que he sido yo el que ha destrozado el metro.”

A la mañana siguiente, con el miedo en el cuerpo busco en el periódico gratuito de papá y una sonrisa se dibuja en mi cara, ya saben quien ha sido el culpable y no aparece mi nombre, sino el de un tal “Sabotaje”.

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Segundo Premio:

EL OTRO

Casiopea: Mª Sol Gómez Arteaga

 

 

Nunca me tomé en serio la teoría de que todos tenemos un doble en algún lugar del mundo con el que jamás nos tropezaremos hasta que vi a la mujer del metro. Nada más entrar en el vagón noté que sus ojos me escrutaban y aunque intenté distraer mi atención con mil detalles de alrededor, no pude evitar sentirme cada vez más incómodo, pues ella seguía allí, sentada, mirándome con una intensidad fuera de lo común. Al llegar a la estación de Sol se levantó del asiento y pensé, aliviado, que abandonaría el vagón junto con el tropel de gente que en ese momento se disponía a salir. En cambio, se puso a mi lado y me dijo: “Perdone que le moleste, pero se parece usted tanto a mi marido muerto… Una mañana salió de casa y no regresó más. Un coche le partió en dos.” Le iba a replicar, a decir que a mí qué me contaba, cuando metió la mano en el bolso de su abrigo y me mostró su foto. El corazón me empezó a latir con violencia. Era clavado a mí, o yo a él. Ambos éramos como dos gotas de agua. No me había sobrepuesto de esa primera impresión cuando la mujer me susurró al oído: “¿Puedo besarle? Ese día estaba dormida cuando él se fue y no pude despedirme. En cambio, ahora…” Asentí. Y el tiempo que duró el roce de sus labios sobre los míos sentí una honda ternura por esa mujer destrozada. “¡Gracias!”, dijo. Luego la puerta del vagón se abrió y la mujer se fue. La seguí con la mirada hasta perderla de vista. Y aunque nunca más la he vuelto a ver, siempre que entro en un vagón busco entre la multitud su mirada, como quien busca en el lugar que un día abandonó la mirada de reconocimiento de un familiar demasiado cercano.

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Tercer Premio:

LA LOCURA ES EXCESO DE CORDURA

(Conversaciones con mi mente)

Elia González Reina

 

Mente: Vaya día, ¿eh?

Ana: Pues sí, la verdad es que ha sido completito… ¡Ahora, calla!

(Ana se ríe con sus compañeras simulando escucharlas mientras discute con su mente)

Mente: Vete preparando, que en cuando salgan ellas me pongo a trabajar…

Ana: ¡Ni se te ocurra! Ya sabes que ahora me gusta relajarme y leer.

(Ana se queda sola en el metro, la última de sus compañeras ha bajado apenas un minuto antes. Saca su libro del bolso mientras sortea algunos cuerpos para sentarse. Las palabras se leen solas, pues su mente no llega a realizar ningún proceso al estar enfrascada en otros pensamientos.)

Mente: Empecemos desde el principio…

Ana: ¡Ahora no, por favor!

Mente: ¡Ah! Está interesante este libro, ¿verdad? Estoy empezando a darle vueltas en un hueco que me queda en la parte baja del lóbulo occipital derecho a eso del cuerpo que dice Foucault.

Ana: ¡Calla! ¿No te das cuenta que nos está mirando todo el mundo?

Mente: Me di cuenta, pero no es por mí, es porque vas cargadísima, con unos pelos de loca… Y, ya lo decía tu abuela: ¿esos pins que llevas en la cara, para qué son? Además, vas acalorada y aunque en la página de tu libro ponga “EL CUERPO DE LOS CONDENADOS”, parece que vas leyendo un librillo “guarrillo” por el color de tus mejillas. ¿Cómo quieres que no te miren? Lo raro es que no lo hicieran.

Ana: No te pases ni un pelo. Me miran porque no saben que vas dándome la lata y seguro que se me está escapando algún ruidito.

Mente: ¡Qué desagradable resultas a veces! Yo solo pretendo agilizarte el trabajo…

Ana: Hay ocasiones en las que te ahogaría…

Mente: ¡Ja! ¡Qué chistosa eres! ¿No te da vergüenza hablar así de tu mente?
-Voz en off: “Próxima estación: Legazpi. Estación en curva, al bajar tengan cuidado para no introducir el pie entre coche y andén.-

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Cuarto Premio:

UN MINUTO

Rafael González López

 

En el espacio de un minuto, cientos de historias viajan. Esperando en el andén, donde notas lejanas de guitarra les arrullan abrazadas al murmullo de escaleras mecánicas. Sus ojos atentos a la oscuridad, hipnotizados por el resplandor que predice un convoy.

 

Un bramido mecánico. Rostros que desfilan fugaces. Chirriar de frenos. Miradas cruzadas a través de las ventanas. La prisa es ley, y el silbato apremia a quienes salen o entran.

El trayecto continúa. Estudiantes imberbes se ríen con picardías infantiles, compartiendo risas de complicidad frente a una pareja adolescente en pleno arrebato de pasión. Trabajadores somnolientos intercambian frases en una lengua que no es la suya, junto a futuros jubilados impacientes por alcanzar el retiro. Una mujer desgrana con melancolía instantáneas llegadas de lejos, recorriendo la infancia del hijo que no ha visto crecer. Todos, vecinos improvisados. Hoy comparten la lectura del diario, el pasaje de un best-seller o una fugaz cabezada. Mañana, Dios dirá…

La máquina se agita. Sacude a sus ocupantes al aproximarse al siguiente hito en el camino, y renace la excitación. Los asientos cambian de dueño al instante y los espacios se estrechan, nervios agolpados frente a la puerta. De nuevo, prisas y carreras acompañan al silbato.

En el espacio de un minuto, cientos de sueños viajan.

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Quinto Premio:

TRANSPORTE PÚBLICO VERSUS AMOR

María Velasco González

 

Sucedía en una película en blanco y negro. El protagonista se llamaba Charles, aunque como todo hombre importante era más conocido por sus apellidos: Foster Kane. Ciudadano Kane, multimillonario, magnate de prensa, tenía tachones en su vida privada, codicia, reloj de bolsillo y el grosor de la opulencia. Pese a toda aquella vajilla expresionista, pude entender que algo latía bajo la camisa del empresario, cuando en una escena en un vagón de metro se enamoraba de una desconocida. Los hombres importantes casi nunca viajan en metro, no. Pero Foster Kane se enamoró en un vagón de tren, y aunque tenía fincas, coches de lujo y entradas para la ópera, no hizo proposición alguna a la extraña pasajera y dejó correr las estaciones, una tras otra, con una erección incontenible bajo el pantalón, hasta que ella se fue y se perdió para siempre en el andén.

Todo aquello era ficción cinematográfica, es imposible enamorarse en la premura del transporte público. ¿Enamorarse? No. ¿Qué hago yo en el metro? A veces clavo la cara contra la ventanilla y trato de adivinar la fisonomía de alguna estación fantasma. Las estaciones abandonadas tienen siempre ese rictus misterioso, como los pueblos ahogados en pantanos, de lo que fue habitado, vívido y gastado y ya sólo sirve como alimento a las arañas. También en el metro, robo. No soy carterista, sólo ladrón de títulos. Cuando veo alguien leyendo a mi lado, no puedo resistir la tentación: “Cien años de soledad”, un best seller, “El código Da Vinci”, novela rosa, el orgasmo de un ama de casa, notas del traductor, quinta edición…

Al menos yo nunca me he enamorado en el metro. He sentido alguna vez ganas de meter las manos bajo las faldas de una extraña, nada más. Y pienso que Charles… Perdón, Foster Kane, no se enamoró aquel día de una mujer. Como hombre importante, siempre nombrado por sus apellidos; con chofer propio, avión privado, Kane no se enamoró de una persona, sino del olor a vida, trabajo y desodorante, de los vagones; la consoladora vibración de los asientos y el rugido animal del metro.

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